Resulta que al solicitarme, una colega, mi opinión sobre la
biocodificación e invitarme a algunos de los cursos que se están ofreciendo
como novedosos, en nuestro país, para opciones en la intervención para la
solución de problemas de salud mental,
como en las enfermedades crónicas, procedí a revisar lo que sus teóricos
dicen en relación a la enfermedad. Sus autores sostienen que es un lenguaje del cuerpo que
trata de transmitir los conflictos emocionales u estados en conflicto, que
impiden a las personas vivir en armonía, así el diabético es un amargado que
necesita de la dulzura que en la vida le generan los azucares; un melanoma es
un cáncer que oculta lo que no quiere el paciente que se vea en la zona de la
piel donde se localiza; el cáncer de acuerdo con su localización en el
órgano afectado simboliza el conflicto emocional subyacente, por ejemplo el localizado en los senos
con conflictos eróticos, el de útero con lo insatisfactorio sobre la vida
reproductiva, el de estómago con el hambre crónica, el de colon con sus
percepciones conflictuadas de ser un desecho, para ellos siempre estará un
grave conflicto emocional, que actúa como shock, se extreman en asociar
enfermedades de los glóbulos rojos, con las necesidades emocionales de
“necesitar más aire” ante conflictos relacionales con alguno de los seres
queridos, las personas tienen conflictos traumáticos que sufrieron o que ellos
generaron y entonces la enfermedad expresa el matiz del conflicto.
Para conocer a los teóricos y promotores de esta escuela de
“descodificación biológica” acudí a investigar lo existente en la inmensidad de
la red de internet, revise numerosos artículos y material video gráfico, desde
Enric Cobrera, Ryke Geerd Hamer, Anne Schutzenberger, Marc Fréchet hasta Claude Sabbah, luego retrocedí a mis tiempos de estudiante de
medicina, en los setentas del siglo pasado, cuando estábamos al máximo de
nuestra rebeldía y de nuestras
capacidades revolucionarias y transformadoras, donde proponíamos grandes
reformas educativas en la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL) sobre todo
en la enseñanza de las ciencias de la salud y especialmente en Medicina y
Psicología, tratando de que superaran los paradigmas de las escuelas reduccionistas que impereban. Asocié, así la fortuna de haber
conocido la mayoría de las teorías vigentes inmersas en los paradigmas
conceptuales de la salud y de la enfermedad, en mi formación como médico, fuera
de los currículos tradicionales que imperaban en las escuelas y facultades de
medicina de nuestro país y en el mundo.
Así entonces, al analizar los contenidos de estos teóricos de la
“biocodificación”, me remitieron al saber de Hans Selye, con sus grandes obras
sobre el estrés, los estudios de Freud y los neofreudianos (Karen Horney, Erik
Erikson, Erich Fromm, Frieda Fromm-Reichmann y Harry Stack Sullivan, entre los mas destacados) que
establecieron los procesos psicodinámicos y las asociaciones simbólicas en las
enfermedades, sin faltar las aportaciones de Carl Jung, sobre los arquetipos en
que se insertan estos trastornos. Luego me vino el recuerdo de los maestros de
antropología médica que me legaron el
conocimiento filosófico sobre las
corrientes humanistas y existencialistas y sus aportaciones al saber, sobre los pacientes, el
estar enfermo y su impacto en el ser humano (Søren Kierkegaard, Martin Heidegger, Jean Paul Sartre, Simone de
Beauvoir, Martin Buber, Albert Camus, Edmund Husserl).
Así, desde entonces me quedó claro que la enfermedad como
respuesta física debe ser estudiada en forma integral, holística, y que en
algunos casos es determinante una situación estresante, a un conflicto, que ha
sido vivido en soledad y que es emocionalmente desestabilizante y no tiene salida
positiva posible o al menos la persona no lo ve. Personalmente he vivenciado
“el milagro” curativo de enfermos en los cuales, enfocando esta intervención, se
curan de enfermedades mortales como algunos tipos de canceres o enfermedades
crónicas que padecían como incurables (gastritis, colitis, asmas, etc..). Luego
la psiquiatría, la psicoterapia y el ejercicio que he hecho de ellas por 30
años me ha llevado a fortalecer ese saber, apoyando a solucionar en los
pacientes, la restauración de su salud por los enfoques reduccionistas que
predominan en el ejercicio de la medicina en nuestro país tanto en el ejercicio
privado como en las instituciones públicas.
Luego en síntesis lo que concluí, de estos estudiosos
"científicos" o teóricos de la biodecodificación, es que se han
apropiado de paradigmas existentes, los han actualizado de conformidad con los
avances de las ciencias y sus propuestas, las aderezan con una magistral
mercadotecnia y las hacen aparecer como panaceas milagrosas para mejorar la
calidad existencial de nuestra humanidad; caen en el reduccionismo científico
en sus enfoques: es muy cuestionable su afirmación sobre “el origen emocional
de las enfermedades” y con el paso de los años se van a sumar a los cientos de
procesos de intervención "terapéuticos", "milagrosos" o
"transformadores" que han prevalecido en la historia moderna de
nuestra humanidad, que en este momento ante la prevaleciente deshumanización
inmersa en el ultraconsumismo mercantilista, con su perverso individualismo
aniquilador del amor fraternal y solidario entre los seres humanos, donde se
hace culto a la simulación, al conformismo y a la mentira, generan atractivos
para una sociedad que esta sedienta de emociones, valores y rituales que le
permitan soluciones a sus problemas humanos, como las enfermedades.
Siempre he tenido claro que la salud y la enfermedad tienen
niveles de integración, que van desde sus niveles de funcionamiento genético,
molecular, celular, tisular, y fisiológicos de los diferentes aparatos y
sistemas, hasta los mentales, emocionales, sociales, existenciales y/o
espirituales, que están integrados en redes y que estan sujetas a mecanismos de
retroalimentación y que su estudio actual sigue sin superar enfoques
reduccionistas, predominantemente biologistas y atrapados en las redes de los
intereses mercantilistas de la medicina contemporánea. La experiencia del saber
que compartí, con esta colega, en el seno de la academia sobre la especialidad en terapia sistémica, me
fortaleció para evitar los paradigmas reduccionistas, en el estudio no sólo de
los problemas de salud mental, sino de las enfermedades y he tratado de mantener una sana dosis de escepticismo ante
las novedades.
Estoy convencido que la duda razonable es uno de los manantiales
en la construcción del saber, espero que cultivemos el escepticismo, como
estrategia para contribuir a los máximos niveles de desarrollo no sólo de las
ciencias sino de nuestra humanidad, sobre todo hoy, más que nunca, que esta
facilitado por las tecnologías de la información que se han sumado a las
clásicas bibliotecas de nuestras generaciones.