Si a nivel nacional y en nuestras sociedades regionales, la salud mental de los jóvenes y adultos sigue siendo objeto de carencias e insuficiencias en el desarrollo de procesos de atención, no sólo en el marco de los trastornos psiquiátricos y problemas psicosociales que prevalecen, sino además en la integración de los programas de prevención y fomento de la salud mental para su desarrollo pleno que les permita potencializar sus capacidades productivas y relaciones saludables con sus grupos de pares; la salud mental de los niños y adolescentes no sólo adolece de la deficiente atención sino de la negligencia generalizada de las familias, parientes, instituciones educativas y asistenciales, destinadas al apoyo y la atención de las demandas emergentes de esta etapa fundamental del desarrollo humano que define el futuro de nuestra sociedad.
Los niños y los adolescentes que cursan con algún trastorno de su salud mental ya sea relacionado con sus conducta, aprendizaje y de sus emociones enfrentan sus dificultades primero para ser detectados oportunamente, luego para ser atendidos adecuadamente con profesionistas especializados y finalmente para lograr su reinserción integral en los procesos educativos que les permitan solucionar los problemas que afectaban el rendimiento escolar y su vida relacional con los educadores y grupos de pares.
Es muy frecuente enfrentar la ausencia de conciencia pública sobre la salud mental de los niños y adolescentes, en nuestra sociedad mexicana siguen prevaleciendo mitos y prejuicios sobre los problemas emocionales y de conducta que se presentan; derivados de los bajos niveles de educación, la ausente información y el reforzamiento de estereotipos prejuiciosos de estos problemas que los medios de comunicación reproducen, sumándose a los agentes educativos, que día a día incrementan las conductas poco saludables, aumentando los riesgos y generando fondos sobre los que subyacen las enfermedades mentales de los niños. Los investigadores de la salud mental, en el marco del procesamiento del Manual Diagnostico y Estadístico de los Trastornos Mentales DSM-V, ( “Temas de Investigacion DSM V. Editorial Medica Panamericana, Madrid 2011 p,p 130.), han clasificado los factores de riesgo prospectivos, tan solo predictivos para la generación de la ansiedad y la depresión, en tres grandes grupos: adversidades en la infancia, que comprenden tres dimensiones de maltrato (descuido, abuso físico y sexual) y tres dimensiones de perdida (muerte parental, divorcio parental y cualquier otra separación prolongada de uno de los progenitores. Otro grupo comprende los antecedentes de trastornos parentales y relacionados con el abuso de substancias, que incluyen las enfermedades mentales que padecieron sus padres y que van desde la depresión, la ansiedad, psicosis hasta los trastornos de personalidad, dependencia o abuso del alcohol y a otras drogas; finalmente el tercer grupo esta identificado con la personalidad de los padres.
Prevalecen en nuestras sociedades, en el seno de sus familias, grandes deficiencias en los estilos de crianza y el control parental para la contribución de relaciones y ambientes saludables que potencializen el desarrollo sano de niños y adolescentes; seguimos con los estilos autoritarios, violentos con las conductas intolerantes, descalificadoras y sus adjetivos insultantes ante los problemas que nos plantean los niños, muy lejos de ese amor fraternal, solidario, compasivo que filialmente nos vincula y que debería de impulsar, instintivamente estos sentimientos, cuya ausencia no hace sino lastimar la autoestima y el desarrollo de las habilidades emocionales y sociales en el niño para solucionar los problemas de la vida. Simplemente hay comunidades como en la que hemos venido trabajando, suburbanas, con alta incidencia de violencia familiar y social, donde estos estilos autoritarios y violentos se han integrado como el marco normal imperativo en estos procesos de crianza de los niños. Si no se es agresivo, es un anormal, taimado, cuando no adjetivizado homofobica y misóginamente como “maricon”.
La epidemiología y carga de los trastornos mentales en los niños sigue siendo uno de los factores que obstaculizan el desarrollo social y humano de todas las sociedades, sobre todo en países como el nuestro con grandes niveles de pobreza y la consecuente mala alimentación, con sus lacras de malnutrición y desnutrición que afectan el desarrollo cerebral, disminuyendo las potencialidades del desarrollo psicomotor, de la funciones cognitivas, el aprendizaje, las emociones y hasta los procesos de socialización. En países como el nuestro, donde la demagogia de las políticas de salud proyecta que tenemos una cobertura universal de salud, seguimos sin lograr atender a miles de niños y adolescentes que cursan los denominados trastornos de la conducta disruptiva, donde la impulsividad, la hiperactividad, la inestabilidad emocional, la poca tolerancia a la frustración, el comportamiento agresivo, las conductas intrusivas, desafiantes, oposicionistas y las transgresiones normativas se manifiestan desde el Trastorno Hípercinético, también denominado Trastornos Deficit de Atención (TDAH) hasta el Trastorno de Conducta Disocial y el emergente Bullyng que hoy cuenta con artículos leguleyos para obligar a las autoridades educativas a proporcionar atención, por esa enfermiza conmoción reactiva y de propuestas reduccionistas, sin visiones integrales, que padecen los políticos al emerger problemáticas novedosas que llegan a vivenciar o conocer en las sociedades mas desarrolladas, insertando experiencias sin considerar nuestras condiciones históricas, culturales, socioeconómicas y políticas propias. También están incrementándose los trastornos emocionales que van desde el espectro de la ansiedad a la depresión en el marco del incremento de los estresores psicosociales, como la violencia delincuencial, y de los procesos adaptativos generados por los conflictos derivados de la precarización económica de las familias que les lleva a disminuir satisfactores de su bienestar.
Son trastornos que coadyuvan y se suman a los denominados trastornos de aprendizaje, que afectan el rendimiento escolar, causan reprobaciones en sus asignaturas y que los educadores solucionan con la sabia decisión, con el apoyo de la Secretaria de Educación, de ya no reprobar grados escolares en los alumnos, de tal forma que hoy debemos de ver normal que existan personas que ostentan un certificado de educación básica aunque no dominen la escritura, la lectura y las matemáticas básicas. Se ha evidenciado que no constituye una intervención adecuada ni para solucionar la deserción escolar, mucho menos como medida de prevención y fomento del desarrollo. Por otra parte resulta que el noventa por ciento de la población escolar de primaria y secundaria ha sufrido alguna vez humillaciones e insultos, según reporta el Informe Nacional sobre Violencia de Género en la Educación Básica en México, al destacar que los niños y jóvenes son los que más agreden. (http://impreso.milenio.com/node/8748145.)
Luego, tenemos que los métodos de tratamiento para nuestros niños y adolescentes que cursan con alguno de estos problemas no están lo suficientemente investigados en su eficiencia y efectividad, la mayor parte de los estudios sobre este ámbito, provienen de investigaciones efectuadas en los países con mas altos niveles de desarrollo social y humano, diferentes no solo por su desarrollo económico, sino por sus altos niveles de educación y salud y desde luego la cultura con sus propios usos y costumbres. La deficiente investigación científica que padecemos en México ha obstaculizado la necesaria productividad para la valoración de la evidencias de los diferentes métodos de tratamiento de los trastornos mentales que permitan con certeza la confianza en su uso por los profesionales de la salud mental. También es necesario señalar la gran escasez de especialistas sobre la salud mental infantil, cuyas demandas de atención inicialmente es cubierta por psicólogos y médicos que no cuentan con los recursos profesionales y la experiencia necesaria para el abordaje de estos problemas, perdiéndose tiempos valiosos de intervención en las fases tempranas del desarrollo de los trastornos. En las últimas décadas hemos visto como se incrementan las escuelas y facultades de psicología, y de formación de psiquiatras y psicoterapeutas con incrementos también de sus ofertas de estudios de postgrados y subespecialidades, sin impactar aun en la mejoría de los procesos de atención a la salud mental no solo de los niños sino de toda la sociedad en su conjunto.
Las neurociencias y ciencias de la conducta han avanzado tanto las últimas décadas que han generado una gran fuente de información, sustentando evidencias que han logrado fundamentar procedimientos diagnósticos y de intervención preventiva y rehabilitatoria en los problemas de la salud mental, sobre todo en la denominada atención primaria, sí esa donde el primer contacto es con un servicio medico o psicológico general, o incluso en las escuelas desde los niveles preescolares hasta la educación básica, que cuentan con esos servicios, es ahí donde la detección oportuna y las demás acciones de prevención y fomento de la salud mental tienen la mayor importancia y trascendencia para evitar los daños a la salud que luego obstaculizan el pleno desarrollo social y humano no solo de los niños sino de toda nuestra sociedad.
Hemos iniciado este nuevo milenio sin iniciar la construcción de un futuro mas promisorio para el desarrollo saludable de nuestros niños y adolescentes, tenemos que superar no solo el lastre de la mala educación y ese ambiente violento que prevalece principalmente en las escuelas publicas, sino darle la importancia y trascendencia a la formación e integración de las conductas, emociones y valores saludables en todos los ámbitos, familiares, escolares y asistenciales.
!Acabemos con esa negligencia¡