Han pasado las elecciones del 5 de julio en nuestro México y en Nuevo León, como ya referíamos en la reflexión anterior en este blog, no creo que se vislumbren grandes cambios para solucionar los grandes problemas sociales, económicos, de inseguridad, de injusticia, de la lacerante pobreza y sobre todo de la corrupción; sí ese fenómeno que deriva del abuso ancestral del poder que desde los colonizadores hasta los políticos emergentes de la última revolución de nuestra patria hemos padecido y que a pesar de ser reconocido como un lastre en las políticas publicas de nuestros gobernantes por los organismos internacionales del neoliberalismo como el Banco Mundial, los políticos en el poder se resisten a realizar acciones determinantes y trascendentes que inhiban el crecimiento de este fenómeno.
No hubo un solo político de los candidatos en campaña, sean así de derecha, centro o izquierda, que no discursara contra la corrupción, sin embargo hay que observar que este mal no estuvo en sus ejes fundamentales de propuestas en sus plataformas electorales ni en sus comunicaciones mediáticas o de los debates, ámbitos de las campañas que han sido caracterizados por la mayor parte de los editorialistas por la prevalencia de la guerra sucia, acusándose mutuamente los partidos y candidatos de inmoralidades, que hoy dicen debemos de olvidar porque son cosa del pasado, una vez que han pasado las elecciones, como si fuéramos unos imbeciles ciudadanos.
El hecho es que una vez empoderados, los candidatos victoriosos que asuman sus funciones en el poder ejecutivo o legislativo no sólo abandonaran sus desnutridas propuestas de campaña contra la corrupción y por la moralidad del ejercicio público sino lo más lamentable es que se integraran a la profunda red de comportamientos inmorales que infesta a nuestras instituciones públicas y privadas construyéndose en el fondo sobre el que subyace la sociedad violenta en que vivimos y que nos da una deshonrosa posición a nivel mundial como una de las más violentas.
La corrupción es uno de los mayores y más extendidos males de la política mexicana, al ser causa o estímulo de los más graves problemas del país. En la corrupción está una de las causas del mal gobierno que produce subdesarrollo económico, educativo y social, lo cual se deriva en atraso, desigualdad y pobreza. La inseguridad y la violencia surgidas del narcotráfico y el crimen organizado han encontrado su mejor refugio en la corrupción.
En tanto la ética siga estando ausente del quehacer de los políticos, la corrupción seguirá galopante afectando la gobernabilidad y a todos los partidos y organizaciones políticas de todas las ideologías incluyendo a la izquierda misma donde nos da tristeza y gran malestar la separación que algunos militantes de partidos de izquierda realizan entre ética y política, en especial cuando justifican la corrupción de las personas y más cuando se trata de dirigentes o funcionarios de partidos de izquierda que ejercen el poder porque en la lucha por la liberación y el socialismo, ética y política navegan y constituyen parte de un mismo proyecto: el bien común y el sentido social del quehacer militante de la izquierda.
Lamentablemente en nuestro país prevalecen los políticos que se han formado en el régimen dominante del partido hegemónico, prevaleciente en el siglo pasado, con toda su cultura inmoral y antidemocrática inherente y que una vez que llegan al poder se dan cuenta de su fuerza en la dirección política de la gobernabilidad y como los satisfactores, derivados del ejercicio del poder, compensan no sólo sus afanes de poder político y su personalidad autoritaria sino el anhelado “éxito” económico, mejorando sus niveles de bienestar y con ello inician la acumulación de riquezas materiales que les lleva a estilos de vida que tienen que mantener para no conflictuarse.
No hubo un solo político de los candidatos en campaña, sean así de derecha, centro o izquierda, que no discursara contra la corrupción, sin embargo hay que observar que este mal no estuvo en sus ejes fundamentales de propuestas en sus plataformas electorales ni en sus comunicaciones mediáticas o de los debates, ámbitos de las campañas que han sido caracterizados por la mayor parte de los editorialistas por la prevalencia de la guerra sucia, acusándose mutuamente los partidos y candidatos de inmoralidades, que hoy dicen debemos de olvidar porque son cosa del pasado, una vez que han pasado las elecciones, como si fuéramos unos imbeciles ciudadanos.
El hecho es que una vez empoderados, los candidatos victoriosos que asuman sus funciones en el poder ejecutivo o legislativo no sólo abandonaran sus desnutridas propuestas de campaña contra la corrupción y por la moralidad del ejercicio público sino lo más lamentable es que se integraran a la profunda red de comportamientos inmorales que infesta a nuestras instituciones públicas y privadas construyéndose en el fondo sobre el que subyace la sociedad violenta en que vivimos y que nos da una deshonrosa posición a nivel mundial como una de las más violentas.
La corrupción es uno de los mayores y más extendidos males de la política mexicana, al ser causa o estímulo de los más graves problemas del país. En la corrupción está una de las causas del mal gobierno que produce subdesarrollo económico, educativo y social, lo cual se deriva en atraso, desigualdad y pobreza. La inseguridad y la violencia surgidas del narcotráfico y el crimen organizado han encontrado su mejor refugio en la corrupción.
En tanto la ética siga estando ausente del quehacer de los políticos, la corrupción seguirá galopante afectando la gobernabilidad y a todos los partidos y organizaciones políticas de todas las ideologías incluyendo a la izquierda misma donde nos da tristeza y gran malestar la separación que algunos militantes de partidos de izquierda realizan entre ética y política, en especial cuando justifican la corrupción de las personas y más cuando se trata de dirigentes o funcionarios de partidos de izquierda que ejercen el poder porque en la lucha por la liberación y el socialismo, ética y política navegan y constituyen parte de un mismo proyecto: el bien común y el sentido social del quehacer militante de la izquierda.
Lamentablemente en nuestro país prevalecen los políticos que se han formado en el régimen dominante del partido hegemónico, prevaleciente en el siglo pasado, con toda su cultura inmoral y antidemocrática inherente y que una vez que llegan al poder se dan cuenta de su fuerza en la dirección política de la gobernabilidad y como los satisfactores, derivados del ejercicio del poder, compensan no sólo sus afanes de poder político y su personalidad autoritaria sino el anhelado “éxito” económico, mejorando sus niveles de bienestar y con ello inician la acumulación de riquezas materiales que les lleva a estilos de vida que tienen que mantener para no conflictuarse.
Son politicos que se aferran al poder centralizado con una dinámica y conflictivas propias que generalmente se exterioriza en sus actitudes prejuiciosas y autoritarias que están al servicio de sus necesidades profundas y cumplen una función imprescindible para el mantenimiento de su integración e identidad personal, de modo que sin el poder centralizado, son personas que temen desintegrarse, se aferran a sus dogmas y a su institución para el mantenimiento de su integración e identidad personal; de ahí sus frases históricas: “Un politico pobre es un pobre politico” o “la moral es el árbol que da las moras”
Son personas que perciben al mundo como hostil, tienen baja autoestima de las personas en general y una visión pesimista de la naturaleza humana, no creen en la democracia y consideran prioritario el orden y la disciplina de partido, partidarias de la mano dura, poseen una estructura mental rígida, intolerantes a la ambigüedad inherente a la realidad, son enemigos del dialogo y no escuchan realmente al otro, sus opiniones son tajantes y extremas, rehuyen a la introspección, atienden más el cumplimiento de reglas y prescripciones que a la comprensión de las motivaciones de la conducta humana, no saben apreciar las individualidades ni las diferencias personales, no establecen vínculos con personas sino con individuos-cosas, padecen de carencias afectivas en sus relaciones sociales, no toleran al adversario, lo convierten en enemigo hacía el que no cabe la compasión, su hostilidad interior la proyectan hacia afuera descargando en otros la responsabilidad de sus propias frustraciones, habilidoso para encontrar victimas que sean blanco de su agresión, recurre al uso de estereotipos y rasgos supuestamente negativos que se aplican a priori a cualquier integrante de otro grupo.
De tal forma que su desarrollo maduracional se obstaculiza por el empobrecimiento mental y emocional de la personalidad llegando a desdeñar la etica, el trabajo intelectual e ideológico, su comportamiento político se vuelve pragmático buscando el poder por el poder mismo, los principios y convicciones políticas son sustituidas “doctrinariamente” por dogmas y fundamentalismos enmarcados en una pseudoética utilitaria a sus intereses personales pervirtiendo el trabajo político orientado a mantener el estatus por eso habitualmente los vemos con posturas carentes de lucidez, reflexión y moderación y con estándares éticos que dejan mucho que desear.
Si los principios éticos no son subsumidos en la política constituyéndose en principios normativos básicos del quehacer político, nuestra sociedad no tiene futuro positivo para lograr su desarrollo humano y social pleno, seguirán prevaleciendo las oligarquías económicas, políticas y partidistas con sus comportamientos corruptos, autoritarios y feudales; así la política seguirá siendo despreciable para la mayoría de los ciudadanos.
Son personas que perciben al mundo como hostil, tienen baja autoestima de las personas en general y una visión pesimista de la naturaleza humana, no creen en la democracia y consideran prioritario el orden y la disciplina de partido, partidarias de la mano dura, poseen una estructura mental rígida, intolerantes a la ambigüedad inherente a la realidad, son enemigos del dialogo y no escuchan realmente al otro, sus opiniones son tajantes y extremas, rehuyen a la introspección, atienden más el cumplimiento de reglas y prescripciones que a la comprensión de las motivaciones de la conducta humana, no saben apreciar las individualidades ni las diferencias personales, no establecen vínculos con personas sino con individuos-cosas, padecen de carencias afectivas en sus relaciones sociales, no toleran al adversario, lo convierten en enemigo hacía el que no cabe la compasión, su hostilidad interior la proyectan hacia afuera descargando en otros la responsabilidad de sus propias frustraciones, habilidoso para encontrar victimas que sean blanco de su agresión, recurre al uso de estereotipos y rasgos supuestamente negativos que se aplican a priori a cualquier integrante de otro grupo.
De tal forma que su desarrollo maduracional se obstaculiza por el empobrecimiento mental y emocional de la personalidad llegando a desdeñar la etica, el trabajo intelectual e ideológico, su comportamiento político se vuelve pragmático buscando el poder por el poder mismo, los principios y convicciones políticas son sustituidas “doctrinariamente” por dogmas y fundamentalismos enmarcados en una pseudoética utilitaria a sus intereses personales pervirtiendo el trabajo político orientado a mantener el estatus por eso habitualmente los vemos con posturas carentes de lucidez, reflexión y moderación y con estándares éticos que dejan mucho que desear.
Si los principios éticos no son subsumidos en la política constituyéndose en principios normativos básicos del quehacer político, nuestra sociedad no tiene futuro positivo para lograr su desarrollo humano y social pleno, seguirán prevaleciendo las oligarquías económicas, políticas y partidistas con sus comportamientos corruptos, autoritarios y feudales; así la política seguirá siendo despreciable para la mayoría de los ciudadanos.
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