Estamos en plena conmemoración del centenario de la gesta revolucionaria iniciada en México en 1910 y los políticos no dejan de seguir mostrando el comportamiento político falaz, mediocre, misógino, autoritario e insensible sustentado en la ignorancia, la desinformación, la simulación, la mentira y ese enfermizo culto a su personalidad que les hace persistir en sus rituales propagandísticos inmersos en sus agendas de trabajo público y en los desfasados “informes de gobierno” con toda su parafernalia y frivolidades y desde luego el dispendio del dinero público en esas actividades con sus imprescindibles gastos mediáticos, que alimentan gozosos a los lobos del cuarto poder, prestos a proporcionarles buen trato, sobre todo cuando fueron y siguen siendo su producto derivado de sus generosos apoyos en sus carreras políticas con sus campañas políticas mediáticas victoriosas, las atenciones privilegiadas a sus gestorías y las nada despreciables inversiones publicitarias y del trato especial a sus periodistas.
En Nuevo León todos los gobernantes desde el encargado del poder ejecutivo estatal hasta los municipales, año tras año, durante el mes de octubre y noviembre nos sumergen en sus informes de gobierno, de estos ejercicios de su poder que en forma impune realizan y sin la mas mínima sensibilidad para iniciar cuando menos una reflexión que les permita la modificación de sus conductas que retomen los principios y valores básicos que dieron origen a la practica política con sus virtudes inherentes de buscar y promover el bienestar y la prosperidad de todos los habitantes cumpliendo con sus obligaciones y responsabilidades éticas y jurídicas, lo que implica desempeñarse con eficiencia y eficacia en todos sus ámbitos de gobierno. Bastaría con Informar a los órganos colegiados como el Congreso del Estado, o en su caso a los integrantes del Ayuntamiento, y que esos organismos en el marco de un ejercicio democrático participativo evaluaran los contenidos de esos informes que luego los sometieran a un proceso de participación ciudadana de sus representados para que así no sólo se estuviera en posibilidades de calificar sino de corregir las desviaciones o incumplimientos de los actos del gobernante y este a su vez asuma las decisiones necesarias con su equipo de funcionarios en sus planes y programas de gobierno. Los informes de gobierno deben dejar de ser actos políticos para el falaz lucimiento del gobernante y satisfacción de sus vanidades ante una masa de asistentes predispuestos o sometidos a la perversa adulación por ser beneficiarios del trabajo, las gestorías o algunas de las dadivas o prebendas vergonzosas de sus clientelas políticas.
¿Que sentido tiene leer y subrayar logros en acciones que no están alcance para ser verificables en ese momento? O bien ¿insistir en que se esta cumpliendo con lo prometido? ¿Como corroborar en su momento? ¿Porque insisten los gobernantes en no realizar las evaluaciones periódicas de sus planes de gobierno (estatales o municipales)?. A pesar de que los obliga la ley, son planes de desarrollo que sólo presentan y difunden al inicio de su gestión pero que evaden esa evaluación periódica porque seguramente ahí si se tendrían marcos de referencia para comparar entre las acciones y metas propuestas y lo logrado y eso no permitiría el lucimiento de sus vanidades. Todos en sus informes recurren a autocalificarse de estar teniendo “grandes logros”, “hemos superado las expectativas”, de ser un “gobierno humano”, otros reduciéndolo en la abstracción de “gente”, no dejan de enorgullecerse de la sustentabilidad y los servicios que brindan no sólo de calidad sino de excelencia; además de la transparencia y eficacia con que gobiernan y desde luego de sus grandes inversiones en los servicios y obras pública que justifican el gasto de sus millonarios recursos, aderezándolo con los “grandes sacrificios” que les han costado, siempre quejumbrosos de la falta de recursos para lograr sus metas y lo importante que es para ellos el desarrollo humano integral que en los hechos se reducen a acciones fragmentadas típicas de su visión asistencialista y clientelar de los programas sociales donde cobra importancia hasta el numero de despensas que han estado dando a los pobres o grupos vulnerables.
Son gobernantes del discurso asumido en la búsqueda del desarrollo humano sustentable, con la calidad y los servicios de excelencia, inmersos en la transparencia que fácilmente se desmorona ante las evidencias de su desempeño cotidiano. En sus informes con su parafernalia llegan a negar realidades por ejemplo no hablan de la corrupción de sus cuerpos policiacos y el papel que han desempeñado en la inseguridad pública y la sociedad violenta que vivimos, cínicamente informan de haber logrado “seguridad plena”, que ni siquiera a sus familias y funcionarios han sido capaces de proporcionar, de la misma forma nada dicen sobre acciones y logros trascendentes en la lucha contra la corrupción de su administración pública, poco les interesa la austeridad en sus estrategias de gobernar, sería un sacrilegio disminuir sus salarios ostentoso y las de sus funcionarios así como acabar con los gastos suntuarios de sus gastos operativos corrientes. Inimaginable decidir acabar con el gasto de su presupuesto en publicidad, innovar políticas de comunicación acabando con los intereses que les subyugan indignamente con los empresarios de los medios de comunicación, mucho menos con acabar con las lacras del clientelismo y corporativismo de su quehacer político para lograr de verdad la participación democrática que anhelamos en nuestra patria y que estos gobiernos insisten en seguir obstaculizando desde que institucionalizaron la revolución de 1910, degradando y pervirtiendo los ideales, principios y valores que enaltecieron a sus heroes y que hoy recobran su vigencia a 100 años de distancia.
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