viernes, 5 de agosto de 2011

LOS ESTADOS DELINCUENCIALES

El proceso de deshumanización de nuestras sociedades fue generado por el neoliberalismo capitalista, depredador, con su apología del libre mercado y la estratégica destrucción de las denominadas políticas del estado de bienestar, que pretendían contener el deterioro de su sistema, tratando de proveer ciertos servicios o garantías sociales a la totalidad de los habitantes, mejorando los servicios de educación, salud, seguridad social, vivienda, servicios básicos y alimentación. Además en el marco de su prolongada lucha contra los modelos socialistas y comunistas que avanzaban en el mundo como ejemplo en la solución de estos servicios del estado, determinantes del desarrollo humano, generaron también la integración de grupos de poder que se han organizado como bandas y verdaderas mafias en las diferentes estructuras organizacionales que son clave para la gobernabilidad en sociedades como la nuestra y que inclusive han llegado a colocar presidentes, ministros de estado para detentar no solo el poder político-económico sino legal para conforme a sus intereses seguir reproduciendo las oligarquías que hoy nos dominan.
Arropados por el creciente deterioro de los políticos, los partidos y las manipulaciones de los espejismos del poder ciudadanizado, estos personajes oligarcas ascienden al poder y fortalecen sus posiciones ejerciendo sus miles formas de conductas corruptas y transgresoras de las leyes, sosteniendo y alimentando las redes de poder de las bandas y las mafias incrustadas en las instituciones públicas del gobierno en un circulo virtuoso que se repite cada periodo de gobierno. Son delincuentes que impunemente logran fama y riquezas, para quienes el desarrollo social y humano con sus valores éticos mínimos les importan un bledo, aunque hay que aceptar sus virtuosidades para integrarlos en sus discursos y programas políticos donde sus palabras son letras muertas, que les dan brillo ante una ciudadanía donde prevalece el analfabetismo funcional y su lucha por la sobrevivencia tratando de satisfacer sus necesidades mas elementales.
Su poder es tal que imponen a personajes sin perfiles ni capacidades en los puestos públicos, en una sociedad donde la ceguera admite que cualquier “tuerto sea el rey”, así hemos tenido en México presidentes espurios, verdaderos idiotas, con limitaciones intelectuales, corruptos, protectores de organizaciones criminales, cómplices de asesinatos, genocidas, con sus enriquecimientos ilícitos, traficantes de influencias, pederastas, narcotraficantes, en suma criminales en los que nunca se ha logrado un ejemplar trato de la ley en sus responsabilidades y cuando se ha intentado, las mafias del poder los protegen virtuosamente con su respectiva impunidad generosa.

Así son las mafias que delincuentilmente gobiernan países como el nuestro o países como Colombia, Panamá, Guatemala y la mayoría de los países centroamericanos, así como en Rusia, Tailandia, Egipto, donde reproducen estas mismas conductas y mantienen atrapadas las mafias y sus bandas a su servicio, los costos para los estados no sólo se concentran en la prevalencia de sociedades corruptas, inseguras, violentas con indicadores altos de homicidios, suicidios, alcoholismo, drogadicción, prostitución, esclavitud y trata de personas sino además en la generación de modelos de gobierno muy alejados de el ejercicio de la justicia, la democracia, la libertad y con grandes segmentos de sus poblaciones con niveles de pobreza que les dificulta el acceso a una buena alimentación, servicios educativos y de salud con calidad, con servicios públicos ausentes o deficientes con sus delimitaciones territoriales típicas en las zonas suburbanas, carentes de infraestructura y equipamiento, con niveles altos de pobreza, marginación y criminalidad y una deficiente obra pública que les distingue por sus típicos barrios o colonias localizados en sus grandes ciudades.
Así estas mafias que detentan el poder son virtualmente delincuentes que se apoderan del gobierno impunemente, dirigen no sólo los aparatos educativos y las instituciones religiosas sino hasta los cuerpos de seguridad, los aparatos de procuración de justicia y sus políticas son dirigidas a desmantelar los programas sociales dirigidos al bienestar de la población en su simplismo atroz de incrementar demandas en los consumos de bienes y servicios, ofertando para que su reduccionista concepción de la competitividad en el marco de su dios libre mercado logre sus objetivos del desarrollo, inoculan el germen del mercantilismo deshumanizante hasta en la producción de servicios eminentemente humanistas como la salud y la educación de las poblaciones, son sociedades donde proliferan escuelas, universidades, clínicas y hospitales privadas, que permanentemente no cumplen con las leyes que los regulan y simulan calidades cuestionables de sus procesos atención y los elevados costos de sus consumos, mal forman a sus educandos y mal atienden a sus enfermos. La obtención de sus licencias, para operar, son franquicias que el estado delincuentil les proporciona una vez que se han integrado a las redes de complicidad de las mafias que controlan este tipo de negocios, donde no tienen cabida, a los mercados competitivos, los opositores a este tipo de regimenes de gobierno.

Sus personajes incrustados en la política y los negocios hacen del fraude, de la estafa, del engaño y la mentira un estilo de vida que encubren con sus técnicas de gestión tratando de legalizar sus conductas delictivas. Sí el delito es definido como una conducta, acción u omisión típica (descrita por la ley), antijurídica (contraria a Derecho) y culpable a la que corresponde una sanción denominada pena con condiciones objetivas de punibilidad, hemos visto como prevalece la impunidad y el parasitismo de estos personajes que llegan a ser ejemplificados como prototipos de éxito. Crimen y delito son términos equivalentes, el delito como el crimen son categorías presentadas habitualmente como universales, su diferencia radica en que "delito" es genérico, y por "crimen" se entiende un delito más grave o, en ciertos países, un delito ofensivo en contra de las personas, por lo cual se les puede denominar a estos personajes como simples delincuentes. La delincuencia se refiere a un conjunto de actos en contra de la ley, tipificados por la ley y merecedores de castigo por la sociedad, en diferentes grados, pero también se puede definir también como una conducta por parte de una o varias personas que no coinciden con las requeridas en una sociedad determinada y que atentan contra las leyes de dicha sociedad.

Así vemos como prevalecen, en estas mafias y bandas, personajes con sus conductas delictivas que atentan contra la vida, la salud, contra el honor con el manejo impune de sus injurias, difamaciones y calumnias; contra la libertad, en sus claras complicidades con las redes de esclavitud y explotación de mujeres y niños, la privación ilegal de la libertad, los secuestros, el uso de la tortura, las amenazas, la violación de los domicilios; en los delitos contra la propiedad, extorsionando, estafando, haciendo concusión y hasta verdaderos robos de grandes extensiones de tierra. No se diga en los delitos contra la administración pública, con sus abusos de autoridad, cohecho, malversación de recursos públicos, sus negociaciones incompatibles con el ejercicio de funciones públicas o sus contribuciones al contrabando, el fraude al fisco, la evasión de impuestos; los actos contra la administración de justicia, con sus permanentes estrategias de obstrucción a la justicia, trafico de influencias y actos corruptos y por último los daños al medio ambiente como sus complicidades en la trasgresión de las zonas naturales protegidas, fundamentales para los ecosistemas, así como en la tala de árboles, la caza y pesca de especies protegidas.

En los estados delincuenciales ha sido natural que en el entramado institucional de las sociedad existan grupos organizados que amafiados defienden sus intereses y exigan lealtades, proliferan en las universidades públicas, en todos los sindicatos, en todas las iglesias, en cada una de las secretarías que conforman la estructura administrativa del estado, en los partidos políticos, los organismos procuradores de justicia, de seguridad pública, sus organismos militares; sus estilos mafiosos se extienden hasta las estructuras de gobierno en los estados y municipios constituyéndose en formas perversas de organización social y política que deterioran progresivamente las estructuras del Estado-nación y lo mantienen como rehén exponiéndolo a sus operaciones al margen de todas las normas legales e institucionales.

Por eso la visión militarista y policial que anima a la estrategia oficial de seguridad e ignora la descomposición institucional, la corrupción y la impunidad, así como otros factores políticos, sociales y económicos que están inmersos en el origen y el mantenimiento de estas bandas y mafias que definen la epidemia delictiva que azota a países caracterizados como estados delincuenciales, como México, están destinadas al fracaso; lo que se requiere es la construcción de una nueva sociedad donde cuando menos estos personajes integrantes de estos grupos delincuentiles estén marginados de la gobernabilidad del estado y reciban ese trato ejemplar de las leyes por sus conductas transgresoras. De nada sirve, cambiar solo sus cabezas en los gobiernos para ser sustituidos por otros integrantes de estas mafias, como acaba de suceder en Egipto, donde el ex presidente Mubarak al ser dizque derrotado por la rebelión de su sociedad agobiada por sus políticas dictatoriales y corruptas, resulta que se conservan intactos las redes amafiadas y los corruptos privilegios militares que sostienen a los gobernantes de ese país.

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