viernes, 23 de agosto de 2013

POBREZA, CALAMIDAD DE NUESTRAS SOCIEDADES

En nombre de la pobreza muchos de las políticas y políticas, así como los personajes enriquecidos han integrado estrategias y acciones para combatirla, muchas de ellas simulando un interés solidario que termina siendo instrumentado como filantropía mercenaria, en el caso de los magnates financieros, y en el caso de los políticos como posturas demagógicas, que cínica y desvergonzadamente, la utilizan una y otra vez, como demanda enarboladora de justicia social en sus campañas electorales y sus programas de gobierno, que finalmente fracasan por el germen existente del asistencialismo en sus programas para el desarrollo social, alimentador de los nefastos clientelismos políticos que prevalecen en nuestra incipiente democracia electoral. El caso más ignominioso ya lo vivimos en México, en las pasadas elecciones federales, donde los priístas utilizaron la compra del voto dando dinero mediante tarjetas electrónicas que podían ser canjeadas en cadenas de tiendas como Soriana, por alimentos.
 
Desde el siglo pasado, gobierno tras gobierno, combatir la pobreza ha sido uno de los ejes importantes de sus políticas públicas, siempre integrado en sus parafernalias presentaciones de los planes sexenales nacionales de desarrollo, que luego impunemente enfrentan por los resultados desastrosos de sus programas destinados a este tema, con indicadores de retrocesos que para lo único que les ha servido es para retroalimentar sus discursos demagógicos demandantes de solución a este problema en cada elección y cada inicio de gobierno. Nunca admiten las raíces profundas de esta grave injusticia social, ubicadas en sus modelos de desarrollo económico, político y social, de sus políticas públicas, engendradores de este tipo de lacras, que jerarquizan las necesidades e intereses de los grandes capitalistas nacionales e internacionales sobre nuestras propias necesidades para avanzar hacía mejores niveles de desarrollo humano y social de nuestros habitantes.
 
Iniciando este mes, la prensa nacional mexicana, destacaba el ascenso de la pobreza en México que informaba el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), según el reporte de Medición de la Pobreza, que sus investigadores sociales desarrollan periódicamente, comunicaban que en este momento el 80% de la población es pobre o en riesgo de serlo, especificaban que el 45.5% de los mexicanos es pobre y otro 34.8% es considerado “vulnerable” y podría caer en pobreza, ya sea por tener ingresos bajos o por no tener acceso a la educación, salud, vivienda o seguridad social. El mismo CONEVAL informó que entre 2010 y 2012 aumentó la pobreza en el país, al pasar de 52.8 millones a 53.3 millones de personas; que representa casi la mitad de la población en México, que la población vulnerable fue de 38.8 millones de personas, en ese mismo periodo, 2010 y 2012, aumentó la población cuyos ingresos estuvieron por debajo de la línea de bienestar, situada en mil 125 pesos por persona al mes en zonas urbanas y en 800 pesos en zonas rurales. La población más afectada por el incremento de la pobreza fue la menor de 18 años, la que vive en zonas urbanas, las personas con discapacidad y los adultos mayores, quienes presentan rezago educativo y falta de oportunidades laborales. Por otra parte, las zonas rurales fueron las que mejoraron más su calidad de vida, pues el porcentaje de pobreza decreció de 64.9% a 61.6%, de 17.2 millones a 16.7 millones. En cambio, el número de mexicanos en pobreza que viven en zonas urbanas aumentó en un millón de personas. En estos dos años las personas que no fueron capaces de adquirir la canasta básica alimentaria también aumentaron, al pasar de 23.1 millones de personas en comparación con los 21.5 millones de habitantes en 2010; medida sólo por ingreso; en tanto que la pobreza de capacidades —quienes no pueden cubrir sus gastos en salud y educación— aumentó a 32.9 millones, 2.4 millones de personas más.
 
El hecho es que la pobreza es una calamidad que surge como producto de la imposibilidad de acceso o carencia de los recursos para satisfacer las necesidades físicas, psíquicas y sociales básicas, provocando un desgaste del nivel y calidad de vida de las personas, tales como la alimentación, la vivienda, la educación, la asistencia sanitaria o el acceso al agua potable. Las personas padecen la falta de medios para poder acceder a esos recursos, son desempleados, les faltan ingresos económicos o tienen un nivel bajo de los mismos, su vida transcurre integrada en los procesos de exclusión social, segregación social o marginación. En México como en muchos países del tercer mundo, la situación de pobreza se presenta cuando no es posible cubrir las necesidades incluidas en la canasta básica de alimentos, donde emerge endémicamente el hambre como expresión más ignominiosa de esa pobreza.
 
Los organismos internacionales, como la ONU, han elaborado indicadores reduccionistas como el índice de pobreza en los países en vías de desarrollo que es “un indicador compuesto que mide las privaciones en tres dimensiones básicas del índice de desarrollo humano: una vida larga y saludable, conocimiento, y un estándar decente de vida. En esta dimensión hoy somos un país con graves problemas para lograr el desarrollo cognoscitivo ideal de nuestros habitantes, donde se ausenta el cultivo de la inteligencia, con niveles de vida indignos, incapaces de lograr esa decencia estandarizada que permita a todos los ciudadanos alimentarse bien, vivir en una vivienda digna, tener acceso a servicios de salud con calidad, con un sistema de seguridad social y empleos remuneradores generadores de recursos económicos que mantengan esa referida decencia.
 
Acabar con la pobreza implica acabar con los regimenes autoritarios de los gobiernos, que como el de nuestro país, han subsistido manteniendo estas calamidades que facilitan la explotación y sus estrategias de dominación e imjusticia imperantes con sus persistentes modelos de desarrollo, impuestos por el capitalismo neoliberal deshumanizante que domina el mundo. 

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