Paso, en nuestro país, desapercibido
en la gran mayoría de la población, con escaza promoción oficial de los
gobernantes, que siguen más atareados en cómo afrontar sus violencias y las
tragedias que han generado, la celebración del día
mundial de la salud mental, el pasado 10 de octubre, que desde el año de 1992, se ha promovido por la
Organización Mundial de la Salud Mental (OMS), con el fin de que todos los países
y sus sociedades fomenten la conciencia sobre los problemas de salud mental. Con
este fin cada año escogen un eje temático, que con un lema focalice la atención
sobre uno de los problemas prevalecientes, este año fue “Vivir con Esquizofrenia”,
que es uno de los trastornos mentales de los más complejos no sólo para su
prevención, diagnóstico y atención integral, sino con graves repercusiones para
las interacciones familiares, escolares, sociales y laborales de las personas que
viven con este padecimiento, cuya dificultad principal consiste en lograr la percepción
de la realidad “normal”.
La esquizofrenia es una de
las enfermedades mentales que más ha sido objeto de estudio en las ciencias de
la conducta y las neurociencias, sin que a la fecha se haya logrado encontrar el
tratamiento que permita lograr la rehabilitación total. Las personas que la
padecen son tratadas fundamentalmente con psicofármacos, denominados antipsicóticos,
cuyos avances, bien manejados por el especialista, han permitido disminuir sus
alteraciones en las sensopercepciones, los sentimientos y el funcionamiento de
su personalidad, logrando una mejor interacción social, que lamentablemente
sigue enfrentando el estigma con la consecuente marginación y rechazo en
diversos grados que transgreden los más elementales derechos humanos y sociales,
entre ellos su derecho a recibir la atención sobre su salud mental; son los más
proclives al abandono de sus familiares y de la sociedad, a deambular en la mendicidad
y vagabundeo en las calles exhibiendo las “locuras” en sus comportamientos en
su mundo irreal, contrastando con el paradigma del mundo real de los "normales", en
el que paradójicamente predomina la insensibilidad, con la negación del mínimo
sentimiento fraternal y solidario hacia estos seres humanos victimizados en
nuestras sociedades.
He tenido que observarles sus
ignorancias a jueces, hasta algún presidente de tribunal superior de justicia,
que inmersos ademas, en la estigmatización de los enfermos mentales han querido
instrumentar sus propuestas “trascendentes” de negarles el derecho a este tipo
de pacientes la credencial de elector, el acceso a créditos, al libre uso de
tarjetas de débito o de crédito y desde luego al internamiento forzado, que en
muchas de las ocasiones sólo sirve para actos de corrupción en el otorgamiento
de derechos patrimoniales, como herencias y/cesación de derechos sobre bienes
patrimoniales.
El peor de los estigmas,
sobre las personas que padecen Esquizofrenia se basa en el temor porque sus
conductas lleven a desarrollar actos criminales, agresivos o de abuso, sobre
todo sexual, que es hecho por la mayor parte de las personas inmersas en la
desinformación y que ignoran que la gran mayoría de los actos criminales, en
todo el mundo, son hechos por personas que no cursaban en el momento de cometer
el acto criminal ninguna de las enfermedades mentales, es decir son personas supuestamente eran normales.
Por si fuera poco, en la
contribución a la estigmatización de la esquizofrenia, los políticos no sólo de
nuestro país, sino en todo el mundo, han recurrido a denostar a sus adversarios acusándolos
de tener este padecimiento, de ser esquizofrénicos, su mundo inmerso en sus
realidades donde prevalece la mentira, la negación persistente de la verdad, de
la honestidad, con sus lacras de conductas corruptas y criminales, nada tienen
que ver con el mundo de estos pacientes que está inmerso en otros mundos con
los que fantasea nutriendo los sueños de libertad creativa sin más límite que
su propia existencia desbordada por su primitivo ego.
La esquizofrenia en nuestro
país sigue siendo maltratada, la mayoría de los pacientes no tienen acceso a
los medicamentos, mucho menos a procedimientos de intervención psicosocial que
los integre a psicoterapia individual, de grupo, ocupacional, recreativa, menos
a procesos educativos de apoyo que logre los máximos de escolaridad y/o las
habilidades para el desempeño de una profesión o de un oficio. Muchos de ellos
siguen siendo víctimas en hospitales psiquiátricos, con sus modelos manicomiales, internados, en centros geriátricos,
aislados, medicados, deteriorándose en sus funciones mentales, más en las
cognoscitivas, con la precarización de sus interacciones sociales, de sus
propias condiciones físicas, con su salud acechada por la infecciones, que en
tiempos invernales llegan a constituirse como la primera causa de sus
enfermedades y de sus muertes. Salvo en el estado de Hidalgo, se ha logrado el
desarrollo de comunidades terapéuticas que están tratando de mejorar el proceso
de atención hacía este tipo de padecimientos.
En fin este padecimiento que
se estima está presente entre el 3 y 4 por ciento de la población, se suma al
estigma sobre los trastornos mentales y la discriminación que llegan a sufrir
tanto las personas que los padecen así como sus familiares. En nuestro país La
última Encuesta Nacional de Epidemiología Psiquiátrica, en México detecto que casi una tercera parte de la población adulta
que habita en comunidades urbanas ha padecido en algún momento de su vida un
trastorno mental, los más frecuentes: depresión, ansiedad y abuso de
sustancias.
A pesar de que, desde hace décadas, los trastornos mentales
son considerados un problema de salud pública en nuestro país, las políticas de
salud mental de los gobernantes han sido omisas en articular un programa
nacional de salud mental que cuando menos contenga el incremento de la
prevalencia de este tipo de trastornos, lejos hemos estado de alcanzar lo que de
acuerdo a la Organización Mundial de la Salud, define como salud mental: “Capacidad
del individuo, el grupo y el ambiente de interactuar el uno con el otro de
forma tal, que se promueva el bienestar subjetivo, el óptimo desarrollo y el
uso de las habilidades mentales ( cognitivas, afectiva y relacionales), la adquisición
de las metas individuales y colectivas en forma congruente con la justicia y la
adquisición y preservación de las condiciones de equidad fundamental”
Más lejos estamos, de lo que hace una década el Comité de
Salud Mental, de la propia OMS, consenso para su declaración: “La Salud Mental
es el goce del grado máximo de salud que se puede lograr, es uno de los
derechos fundamentales e inalienables del ser humano, sin distinción de raza,
religión, ideología política o condición económica y social.”
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