En estos tiempos otoñales del amarillo verdoso de la
naturaleza, que preceden el blanco grisáceo del invierno, enmarcando las
festividades navideñas, del fin de año y del inicio de uno nuevo, donde los
llamados a convivir y compartir los sentimientos fraternales y solidarios, se
fomentan en el seno de las relaciones sociales, resulta paradójico la visible
prevalencia del incremento de los estados depresivos, algunos de ellos
denominados eufemísticamente como depresión estacional, además de las crisis
agudas de las enfermedades respiratorias con sus mortales consecuencias, sobre
todo en los niños y los adultos mayores
Donde debiera predominar la alegría, la felicidad por
compartir, en las que se proyectan la cantidad y calidad de las relaciones
sociales y afectivas, que hemos desarrollado en el curso de nuestra vida en los
diferentes ámbitos, desde la familia, los amigos, en el trabajo y en los
diferentes grupos donde nos relacionamos socialmente, en la escuela, en nuestra
profesión, en la política, surge la soledad perjudicando la salud y en algunos
casos la muerte.
Hablamos de la soledad, caracterizada por el asilamiento
emocional de la persona y el estar solo, sin acompañamiento de una persona u otro ser vivo, a pesar de tener sus redes sociales,
en los que se incluyen sus grupos primarios, que puede afectar al
individuo y suele ser percibida como desagradable, causando depresión,
aislamiento y reclusión, dando como resultado una incapacidad de establecer
relaciones con los demás. No incluimos la soledad inducida por la privación voluntaria
de ese acompañamiento, donde los tiempos y espacios se aprovechan y disfrutan
en el goce de experiencias, actividades lúdicas, de reflexión filosófica o
espiritual.
Para quienes trabajamos en la salud mental, este rubro, el de
la calidad y cantidad de las relaciones sociales de las personas, es obligado a
explorar en el marco del diagnostico de alguno de los trastornos mentales,
porque constituye uno de los elementos más importantes de los humanos, tiene su
espacio en la denominada historia clínica psiquiátrica, que usamos en el
proceso diagnostico y en los diferentes criterios que enmarcan las categorías
diagnosticas de los diferentes sistemas de clasificación existentes para los trastornos
mentales, desde el ICD-10 hasta el DSM-5.
Hace años especulábamos, que en las personas con una mayor
cantidad y calidad de las relaciones sociales, existe una mejor salud mental y
esta genera mejores tiempos con vida saludable, menos enfermedades y más
prevención de muertes, aun las personas que padecen alguna enfermedad crónica,
que no se integran a la soledad, que siguen motivados por relacionarse,
mantienen una calidad de vida aceptable que les permite ser felices sin
deprimirse evitando hasta su muerte prematura. Pues bien, hace unos días, la
Revista IntraMed News No. 880, publicado en internet en la pagina: http://www.intramed.net/contenidover.aspcontenidoID=88189&uid=195609 &fuente=inews, en su sección, Ciencia y praxis de la soledad, Gonzalo
Casino, público un artículo “Sobre los efectos perjudiciales del aislamiento
humano y su estudio científico” Donde nos refiere que “Un metaanálisis publicado
en 2010 en PLoS Medicine y realizado con los datos de 148 estudios
observacionales, llegó a la conclusión de que la influencia de las relaciones sociales sobre el riesgo de muerte es
comparable a la de otros factores de riesgo, como el tabaco o el consumo de
alcohol, y superior a la de la inactividad física y la obesidad.”
Aunque nos refiere, que lo que nos falta, es estudiar cómo se
pueden “recetar” relaciones sociales para reducir el riesgo de enfermar y morir
prematuramente, más allá de todo el mundo, observamos, que más que una
prescripción, debiera de ser la obligación sistemática de los médicos y todos
los trabajadores de la salud, fomentar
acciones en el proceso de atención integral a todas las personas que permitan
considerar las relaciones sociales como otro de los factores de riesgo del
proceso salud-enfermedad de las comunidades.
Lo difícil es lograr que la gran mayoría de los médicos
cambien paradigmas en sus procesos de atención, superando enfoques
reduccionistas, deshumanizantes, inmersos en el mercantilismo, promotor del
individualismo y la cosificación de la relación humana, donde sus enfoques
siguen predominando con el biologismo, en sus diferentes niveles, desde el
molecular, genético hasta la organicidad de los tejidos y los diferentes
sistemas que integran nuestro ser físico, muy lejos de la visionaria y ya
legendaria definición de la salud, como “el completo bienestar físico, mental y
social y no sólo la ausencia de enfermedad e invalidez física” que la OMS, nos
definió el siglo pasado, esperando fuera rectora de nuestras acciones sobre la
salud y las enfermedades de nuestra población.
El individualismo sumado al reduccionismo científico en la
visión de los problemas humanos, ha sido una de las lacras que nos ha estado
legando el neoliberalismo vigente, con sus sistemas destructivos de la
naturaleza, de las relaciones sociales fraternales y solidarias, de las
acciones colectivas, comunitarias dirigidas a enaltecer el bienestar de las
poblaciones, donde predominen valores y principios fortalecedores del
humanismo, lejos de su endiosado mercado, mas lejos de sus voraces ambiciones
por las ganancias económicas, retomando la importancia del ser más que el
tener, esto es el asunto más complejo, cambiar este rumbo sería lo ideal y
acabaría con la proliferación de la soledad que hoy se multiplica como uno de
los problemas más trascendentes del ser humano en todas las sociedades desde
las denominadas desarrolladas hasta las de desarrollo medio y bajo.
Finalmente, estamos de acuerdo que la soledad es un
sentimiento complejo y difícil de estudiar científicamente, no porqué puede, si
no con determinación decimos, este estado es definido por las circunstancias
sociales, económicas, biográficas, psicológicas y de salud, circunstancias que
son definidas por los políticos en el poder y sus servilismos al neoliberalismo
que nos domina en el mundo.
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