Estamos viviendo en México y en nuestro estado de Nuevo León,
el incremento de las diferentes formas de violencia en el seno de nuestras
sociedades, derivadas de las condiciones que facilitan la aparición de estos fenómenos, principalmente por las estructuras sociopolíticas y económicas
como la represión, la marginación o la pobreza que los políticos gobernantes en
el poder, persisten en seguir reproduciendo.
Por un lado el poder presidencial de Enrique Peña Nieto,
sustentado en el apoyo de las mafias de las oligarquías empresariales y
mediáticas, sigue generando la precarización de nuestra economía, impulsando un
reformismo letal de nuestros patrimonios nacionales, desde los recursos
energéticos hasta los de las telecomunicaciones, ni que decir de sus
ignominiosas reformas estructurales, que con la barbarie de la violencia del
estado, con sus agentes represores, militarizada por el ejército, la
gendarmería nacional y sus policías locales, siguen generando presos políticos,
muertos y lesionados, no sólo en su guerra contra la delincuencia, sino además
en su obstinada postura de imposición de estas reformas, sin la real
participación de los agentes más importantes, como en el caso de su simulada
reforma educativa, sin los maestros. A tres años de este nefasto gobierno, el recuento
de los daños, nos hace ratificar, lo que en este blog ya habíamos referido, que la vuelta al poder de los priistas sólo
lograría reproducir sus estilos de gobierno para fortalecer el régimen autoritario,
corrupto, de oprobio, que han construido desde el siglo pasado, y que hoy
aliados con el PAN y el PRD pretenden seguir imponiendo en todas las regiones
del país.
Por otro lado, en Nuevo León, el gobernante enarbolador del
cambio y de la “nueva independencia”, Jaime Rodríguez calderón, a tres meses de
su gobierno, sigue generando las mismas políticas de los gobernantes corruptos
e ineficaces, que decía combatir; sumándose a las mentiras, simulaciones y
engaños, sin el imperativo ético, con sus posturas impositivas, sobre todo en
relación a los impuestos, como el de la tenencia y ni que decir de las ausentes
reformas administrativas y financieras que logren la anhelada austeridad y
transparencia. Se suma el clásico nombramiento de sus principales funcionarios
de los mandos medios y superiores, cubriendo los tradiciones del influyentismo,
con las lacras del amiguismo, nepotismo y de pagos políticos a quienes le
apoyaron en su campaña, sobre todo de los oligarcas empresariales, ausentándose
la meritocracia de los servidores públicos, mandado al carajo la ley del
servicio civil de carrera. Ni que decir
de la ciudadanización de los principales mandos superiores, menos de “llevar a
“la cárcel” a los corruptos de las administraciones anteriores, empezando por
el gobernador anterior: Rodrigo Medina.
Ha decepcionado hasta sus más idolatras, ilusionados por el cambio y
sumándose al hartazgo manipulador mediático de la ciudadanía, que van desde
políticos conservadores, progresistas o de izquierda, hasta académicos e
“intelectuales” y los activistas ciudadanos que lo reverenciaban durante su
campaña y en el periodo de tres meses de transición hacían su toma del poder,
que lo invistió como gobernador de nuestro estado.
Se trata de políticos gobernantes fanatizados en el
denominado gatopardismo politico, donde cambian todo para que nada cambie, de
las estructuras sociopolíticas y económicas que mantienen su poder, perpetuando
el régimen corrupto y de oprobio que vivimos los mexicanos a contentillo de los
oligarcas que lo usufructúan. Son políticos que no cultivan la salud mental, ni
jerarquizan la importancia de la inversión del estado, mediante programas
integrales de atención que logren la prevención, el fomento y la atención de
sus problemas y sus derivados fenómenos psicosociales como la Violencia.
Sus posturas políticas generan condiciones de privación de
satisfactores mínimos del bienestar de la mayoría de la población, generando
lacras como la pobreza y el hambre, que
sumado a la frustración social y política, con la identidad social amenazada y
modos insuficientes de gestión de sus conflictos, prevaleciendo la desigualdad
y percepción de injusticia. Lo anterior hace que nos alejemos de las vías de
trabajo de fondo, en cualquier sociedad, que logran prevenir la violencia, en
cualquiera de sus manifestaciones, política, colectiva, de género, familiar,
infantil, escolar, etc.; donde no basta la conmoción reactiva ante las cifras
estadísticas elevadas, que año tras año, se incrementan y las tragedias
derivadas como ha sucedido con las feminicidios y asesinatos colectivos de los
últimos años.
Los ejes de trabajo, que recomendamos la mayoría de los
profesionistas de las ciencias sociales y de la conducta humana son: la
promoción de la igualdad, la justicia y la dignidad de las personas, el fomento
de la tolerancia y el respeto al otro, la potenciación de la responsabilidad
individual y colectiva, frente a la situación actual de difusión social de la
responsabilidad, la
facilitación de un enfoque constructivo en la solución de conflictos, la reducción de la disonancia
cognitivo-emocional, en las creencias étnicas y políticas; la reducción de los procesos de
justificación moral de la violencia y de la utilización de eufemismos al
referirse a ella, el fomento de conductas pro-sociales en
las escuelas y en las instituciones de la sociedad; la promoción de políticas
de perdón y de reconciliación; manejo positivo de las emociones inter-grupales; la reducción de la
incertidumbre y el desconocimiento entre los miembros de grupos étnica e
ideológicamente diferentes. Como vemos son ámbitos de la conducta humana que sólo logran
integrarse en individuos cultivadores y promotores de la salud mental, de
conformidad con la conceptualización que ya referimos, que los expertos en
salud mental de la OMS han consensado y que desde este milenio luchamos por su
integración a la psicología popular y el sentido común de todos y todas las
ciudadanas.
Abrir un debate serio en nuestra sociedad, sobre las
relaciones de la salud mental con todas las formas de violencia, es uno de los
grandes pendientes de nuestros científicos e intelectuales para terminar con el
prejuicio colectivo, de que los trastornos de salud mental explican un
porcentaje significativo de la violencia prevaleciente, hecho que ha sido
desmentido por la evidencia científica existente en las principales bases de
datos internacionales como Psyinfo, Medline y Sociological Abstracts. La gran
mayoría de las violencias es desarrollada por personas que no cursan con algún trastorno
de salud mental.
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