Sigo observando, en los diferentes ámbitos institucionales,
profesionales, laborales, políticos y sociales, más en los que me desenvuelvo,
la prevalencia de prejuicios en las relaciones humanas, sí, esos pensamientos
prepensados, que se conservan y se repiten porque satisfacen tendencias
emocionales, que muy pocas veces se asumen de manera consciente y que
obstaculizan no sólo el desarrollo humano de las personas, sino el desarrollo
organizacional necesario que permitan lograr exitosamente las metas de los
grupos humanos inmersos en las diferentes instituciones de nuestra sociedad.
Estas condiciones emocionales, evidentemente emanan del
funcionamiento mental básico de cada uno de los integrantes y se ponen al
servicio de la conducta; son sentimientos que se suman e inducen conductas
similares en todo el grupo, lo lamentable es que influyen comportamientos
alejados de la racionalidad, con sus afluentes de reflexión y creatividad que
permitan la construcción del saber en la solución de problemas para la efectividad
de las tareas. Son conductas que pueden conducir a los grupos en los márgenes
de la inefectividad, que van desde la prevaleciente dependencia y pasividad
hasta la amenazante agresión, destructividad y violencia, sin desdeñar los
espectros intermedios donde emergen la simulación, la desconfianza, la
manipulación y el engaño.
Son condiciones que serán responsables de la aparición de
fenómenos peligrosos para lograr el fundamental trabajo en equipo, pero sobre
todo amenazantes sobre la salud mental de sus integrantes, generando lo que se
ha denominado la psicopatología institucional, sobre todo en las relaciones laborales,
cuyos extremos son al persistencia del estrés y sus síntomas de ansiedad, depresión
y alteraciones psicosomáticas, hasta el denominado mobbing, consistente en el
acoso laboral o moral, donde la persona o grupo de personas reciben una
violencia psicológica injustificada a través de actos negativos y hostiles,
dentro o fuera del trabajo, por parte de sus compañeros, de sus subalternos o
de sus superiores; además tenemos el padecimiento del síndrome de burnout, con
sus síntomas clásicos de neurastenia.
Las conductas más comunes en los grupos, generadoras de
conflictos son: 1. Luchas agresivas por el liderazgo, crítica destructiva,
descalificación de los demás, ideas mesiánicas y grandiosas acerca de tener la
verdad absoluta, devaluación y humillación de los demás, búsqueda de formas de
enriquecimiento a través de la trampa e influyentismo, búsqueda inadecuada de
la proyección personal, abusando del trabajo de los otros; 2. El plagio de
ideas y programas, generación de rumores, ataques frontales personalizados,
abuso y distorsión de la información buscando un beneficio personal, abuso de la
confianza de las personas de la institución, uso de las redes de comunicación
para auto promoverse en base a la descalificación y devaluación de otras
personas; y 3. Generación y promoción de calumnias hacia una o varias personas,
exhibir defectos de los demás, buscando prestigio y proyección política,
alimentar una necesidad únicamente exhibicionista y narcisista sin importar como
se afecta al resto del grupo.
Identificar estas conductas y lograr su prevención,
fomentando estilos saludables de relación en el seno de la interacción humana
de los grupos en las instituciones, es lo que algunas sociedades de las mayo
desarrollo humano en el mundo, como las de los países bajos, han integrado como uno de sus indicadores básicos, el estado de las relaciones sociales en el seno de la sociedad y sus grupos,
para calificar el estado de desarrollo humano, superando los indicadores básicos
de la OMS, compuesto por tres parámetros: vida larga y saludable, educación y
nivel de vida digno.
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