La felicidad ha sido uno de los temas de la humanidad que mas ha sido abordado en el marco de las reflexiones existenciales de filósofos, poetas, artista y hasta los científicos han tratado de lograr su cuantificación como los de La Universidad Erasmus de Rótterdam de Holanda que ha elaborado una base de datos internacional sobre la felicidad, la llamada "World Database of Happiness", en donde analiza a 143 países y refiere que los ciudadanos más felices son los habitantes de los países nórdicos, suiza y según su publicación anual del 2009 colocó a México en el séptimo sitio paradójicamente en estos tiempos de gran crisis económica y de violencia que por sentido común generan malestar, frustraciones continuas y el deterioro del bienestar.
Si consideramos que la felicidad es un estado de ánimo caracterizado por dotar a la personalidad de quien la posee de un enfoque del medio positivo y es definida como una condición interna de satisfacción y alegría quienes deberían estar muy felices son los agentes promotores de esa sensación subjetiva que hace que el individuo se sienta feliz, quiere decir que la serie de condicionamientos sociales, emocionales e intelectuales que corresponden a visiones falsas del mundo en el que vivimos y que provocan tristeza, insatisfacción, vacío están funcionando perfectamente, con sus estrategias mediaticas, para que los mexicanos inhibamos el malestar y sigamos viviendo muy felices a pesar de las circunstancias negativas que impiden cuando menos lograr los satisfactores básicos de alimentación, salud, vivienda, educación y recreación, en este contexto la felicidad no se lleva con los términos como "bienestar" o la “calidad de vida” inherentes a su concepto; no se diga con los niveles más básicos de sostenibilidad que nos aporta la naturaleza de acuerdo a la pirámide de A. Maslow con su base de necesidades fisiológicas. Ya lo hemos dicho en otros artículos como la sociedad en la que vivimos, desgraciadamente busca la felicidad en lo material y en la idolatría.
La filosofía ha encontrado posturas muy diferentes desde los griegos cuando el concepto de felicidad era esencial en el surgimiento de la ética como la de Aristóteles donde el ser feliz es autorrealizarse, alcanzar las metas propias de un ser humano (eudemonismo); el estoicismo de Zenon donde ser feliz es ser autosuficiente, valerse por sí mismo sin depender de nada ni de nadie o la postura de Epicuro con su hedonismo donde se es feliz cuando se experimenta el placer intelectual y físico y se evita el sufrimiento mental y físico. En el debate entre eudemonismo y hedonismo existe un desacuerdo fundamental, Aristóteles considera que ser feliz es ser humano en el más pleno sentido de la palabra. Epicuro, por el contrario, se pregunta qué es lo que mueve a los humanos a obrar, porque la felicidad consistirá en conseguirlo, y esa cosa es el placer; Platón negó que la felicidad consistiera en el placer y, en cambio, la consideró relacionada con la virtud, los felices son felices por la posesión de la justicia y de la temperancia, y los infelices, infelices por la posesión de la maldad; de cualquier forma coincidían en que la felicidad derivaba del estado de armonía o plenitud interior, refleja subjetivo de la recta ordenación de la vida hacia su verdadero objetivo.
La filosofía medieval insistió en estos conceptos, adaptándoles (como lo hizo Santo Tomás) de la propia doctrina aristotélica, y extendiéndolos al ejercicio de las virtudes cristianas. A partir del Humanismo, la noción de felicidad comienza a ligarse estrechamente, como lo había estado en los cirenaicos y epicúreos– con la de placer, tal relación se acentúa en el mundo moderno. Sobre ella concuerdan Locke y Leibniz, Locke dice que la felicidad “es en su grado máximo el más grande placer de que seamos capaces y la desgracia, el dolor mayor; y el grado mínimo de lo que llamamos felicidad es ese estado en que, libres de todo dolor, se goza de un placer presente en grado de no poder satisfacernos con menos”. Leibniz refiere “Yo creo que la felicidad es un placer duradero, lo que no podría suceder sin un progreso continuo hacia nuevos placeres”; con Hume se integra un significado social: la felicidad resulta placer que se puede difundir, el placer del mayor número, y en esta forma la noción de felicidad se convierte en la base del movimiento reformador inglés del siglo XIX. Reducida al concepto de satisfacción absoluta y total –acerca del cual insiste también Hegel “la felicidad resulta el ideal de un estado o condición inalcanzable, excepto en un mundo sobrenatural y por intervención de un principio omnipotente”. Antes Kant, que consideraba imposible poner a la felicidad como fundamento de la vida moral, aclaraba sin embargo con eficacia tal noción, sin recurrir a la de placer, dice Kant “La felicidad es la condición de un ser racional en el mundo, al cual, en el total curso de su vida, todo le resulta conforme con su deseo y voluntad”. Kant considera que la felicidad forma parte integrante del sumo bien, el cual es para el hombre la síntesis de virtud y felicidad. En la tradición cultural inglesa y norteamericana, la noción de felicidad ha permanecido así viva y ha inspirado, además del pensamiento filosófico, el pensamiento social y político.
El principio de la máxima felicidad ha sido por mucho tiempo la base del liberalismo moderno anglosajón. La Constitución norteamericana ha incluido entre los derechos naturales inalienables del hombre “la búsqueda de la felicidad”. A esta tradición se liga Bertrand Russell, que ha sido uno de los pocos que actualmente defiende la noción de felicidad, si bien en un libro de carácter popular (La conquista de la felicidad, 1930), lo que Russell agrega, como algo nuevo, a la noción tradicional de felicidad (además del persuasivo análisis que hace de las actuales situaciones de «infelicidad»), es una condición que considera indispensable, o sea la multiplicidad de los intereses, de las relaciones del hombre con las cosas y con los otros hombres, y por lo tanto la eliminación del egocentrismo, del enclaustramiento en sí mismos y en las propias pasiones.
En el marco de las ciencias de la conducta la felicidad es un acto volitivo, con sus componentes afectivos y cognoscitivos, es una decisión interna, cada uno de nosotros debe decidir ser feliz y tomar conciencia de ella ahora, la felicidad es una actitud ante la vida y todos son conflictos y dilemas, es cierto que podemos escribir una pauta para ser feliz, pero la clave siempre será una actitud que nace de lo más profundo de nosotros, y esa clave está adentro, no afuera. El placer es bueno, y necesario desde el punto de vista metabólico, pero no es la felicidad, hasta un exceso de placer puede ser altamente dañino y convertirse en sufrimiento, nunca nadie se va a dañar con un exceso de felicidad, además esta muy relacionada con la verdadera sabiduría, pienso que es difícil encontrar un hombre o una mujer sabios, que sean amargados. La felicidad se diferencia del placer puede una vida llena de placeres ser profundamente desdichada, y, a la inversa, ser feliz sin disfrutar de placeres. El cerebro consciente tiene poco que decir de la felicidad y no se debe reducir a considerarla como un “estado emocional activado por el sistema límbico”, base biológica de los sentimientos placenteros en el ser humano, como algunos reduccionistas llegan a definirla. Vivimos tiempos marcados por un nuevo positivismo, en el que la ciencia se convierte en religión, y queremos enfocarlo todo desde el punto de vista científico.
En la evaluación de la felicidad se tiene que incluir la visión de la vida y sus variables de adaptabilidad y flexibilidad, el estado de la existencia en el marco de la salud, amistades y estabilidad financiera; además del estado de la autoestima, expectativas y ambiciones. Por lo tanto, si un ciudadano tiene una filosofía de vida optimista, sabe adaptarse a cualquier situación con rapidez y sin traumas, ya tiene bastante terreno ganado para obtener una buen puntuación en el contexto de la felicidad. Si a esto se le suma que el mismo ciudadano tiene una excelente salud, está rodeado de buenos amigos y el dinero no le falta, estamos más cercanos a una mejor calificación. Ya sólo nos queda superar la última prueba, la que pertenece a la autoestima y al mundo interior de cada uno a esa armonía y plenitud interna que referían los filósofos griegos, si los complejos son inexistentes, las expectativas de futuro excelentes y las ambiciones, bastantes, el ciudadano elegido habrá obtenido un estado de ánimo inmejorable. En definitiva, desde este contexto la felicidad es algo difícil de conseguir pero no es inalcanzable y su subjetividad puede ser medible como actualmente lo están intentando algunos científicos europeos sin caer en reduccionismos.
En el fondo, la felicidad se enfrenta al dilema que plantearon los filósofos existencialistas hace años: ¿Tener o ser? Si cada uno de nosotros echamos una mirada hacia atrás pensando en qué momento de nuestras vidas hemos sido felices, seguramente recordaremos encuentros con amigos, paseos, viajes, contemplación de un paisaje, de una obra de arte, etc.… En definitiva, cuando somos mas que cuando no tenemos. El problema de querer obtener más y más cosas, sean éxitos económicos, profesionales, mejores coches, mejor casas, suelen encerrar una terrible trampa: cuanto más tenemos, más miedos nos surgen a perder nuestras posesiones. La felicidad proviene de un sentimiento de ser lo que se es, y de aceptación de la verdadera naturaleza de lo que eres, y el disfrute de ello.
Para la medicina la felicidad de los seres humanos ha sido una de las principales metas a lograr en el marco de sus acciones preventivas y de tratamiento de las enfermedades. Desde la perspectiva de la salud mental, la felicidad de una persona es más que un estado anímico de la persona, representa el elemento indispensable para funcionar armoniosamente en sus diferentes niveles de integración como individuo: el físico o biológico, el mental o psíquico, el emocional o afectivo y el nivel espiritual, sin felicidad la armonía se altera y el bienestar se altera apareciendo los malestares y con ello la llamada de alerta para atender nuestra salud.
En mi práctica clínica como medico psicoterapeuta muchas veces el tema de la felicidad aparece al resolver un conflicto, lograr la remisión de los síntomas desagradables o las alteraciones conductuales desarmoniosas con el medio ambiente de los pacientes. Todos los trastornos psiquiátricos afectan el bienestar y la felicidad de las personas y sus familias, aunque algunas de estas enfermedades alteran los sentimientos y la percepción de la realidad proyectando espejismos de felicidad que irradian los pacientes en sus relaciones con su familia y la sociedad. También ha sido ordinario observar como muchas de las personas que acuden a nuestra consulta piensan que la felicidad es tener mucho dinero y ningún problema de salud y abundante placer, de tal forma que no se explican el porque de su “sufrimiento” o de su trastorno de salud mental. Ha sido raro que el motivo de la consulta sea el recibir la atención profesional para alcanza sus objetivos y lograr solucionar los retos que enfrenta en su vida cotidiana para así mejorar su bienestar y desarrollo humano y por lo tanto su felicidad como persona.
Si consideramos que la felicidad es un estado de ánimo caracterizado por dotar a la personalidad de quien la posee de un enfoque del medio positivo y es definida como una condición interna de satisfacción y alegría quienes deberían estar muy felices son los agentes promotores de esa sensación subjetiva que hace que el individuo se sienta feliz, quiere decir que la serie de condicionamientos sociales, emocionales e intelectuales que corresponden a visiones falsas del mundo en el que vivimos y que provocan tristeza, insatisfacción, vacío están funcionando perfectamente, con sus estrategias mediaticas, para que los mexicanos inhibamos el malestar y sigamos viviendo muy felices a pesar de las circunstancias negativas que impiden cuando menos lograr los satisfactores básicos de alimentación, salud, vivienda, educación y recreación, en este contexto la felicidad no se lleva con los términos como "bienestar" o la “calidad de vida” inherentes a su concepto; no se diga con los niveles más básicos de sostenibilidad que nos aporta la naturaleza de acuerdo a la pirámide de A. Maslow con su base de necesidades fisiológicas. Ya lo hemos dicho en otros artículos como la sociedad en la que vivimos, desgraciadamente busca la felicidad en lo material y en la idolatría.
La filosofía ha encontrado posturas muy diferentes desde los griegos cuando el concepto de felicidad era esencial en el surgimiento de la ética como la de Aristóteles donde el ser feliz es autorrealizarse, alcanzar las metas propias de un ser humano (eudemonismo); el estoicismo de Zenon donde ser feliz es ser autosuficiente, valerse por sí mismo sin depender de nada ni de nadie o la postura de Epicuro con su hedonismo donde se es feliz cuando se experimenta el placer intelectual y físico y se evita el sufrimiento mental y físico. En el debate entre eudemonismo y hedonismo existe un desacuerdo fundamental, Aristóteles considera que ser feliz es ser humano en el más pleno sentido de la palabra. Epicuro, por el contrario, se pregunta qué es lo que mueve a los humanos a obrar, porque la felicidad consistirá en conseguirlo, y esa cosa es el placer; Platón negó que la felicidad consistiera en el placer y, en cambio, la consideró relacionada con la virtud, los felices son felices por la posesión de la justicia y de la temperancia, y los infelices, infelices por la posesión de la maldad; de cualquier forma coincidían en que la felicidad derivaba del estado de armonía o plenitud interior, refleja subjetivo de la recta ordenación de la vida hacia su verdadero objetivo.
La filosofía medieval insistió en estos conceptos, adaptándoles (como lo hizo Santo Tomás) de la propia doctrina aristotélica, y extendiéndolos al ejercicio de las virtudes cristianas. A partir del Humanismo, la noción de felicidad comienza a ligarse estrechamente, como lo había estado en los cirenaicos y epicúreos– con la de placer, tal relación se acentúa en el mundo moderno. Sobre ella concuerdan Locke y Leibniz, Locke dice que la felicidad “es en su grado máximo el más grande placer de que seamos capaces y la desgracia, el dolor mayor; y el grado mínimo de lo que llamamos felicidad es ese estado en que, libres de todo dolor, se goza de un placer presente en grado de no poder satisfacernos con menos”. Leibniz refiere “Yo creo que la felicidad es un placer duradero, lo que no podría suceder sin un progreso continuo hacia nuevos placeres”; con Hume se integra un significado social: la felicidad resulta placer que se puede difundir, el placer del mayor número, y en esta forma la noción de felicidad se convierte en la base del movimiento reformador inglés del siglo XIX. Reducida al concepto de satisfacción absoluta y total –acerca del cual insiste también Hegel “la felicidad resulta el ideal de un estado o condición inalcanzable, excepto en un mundo sobrenatural y por intervención de un principio omnipotente”. Antes Kant, que consideraba imposible poner a la felicidad como fundamento de la vida moral, aclaraba sin embargo con eficacia tal noción, sin recurrir a la de placer, dice Kant “La felicidad es la condición de un ser racional en el mundo, al cual, en el total curso de su vida, todo le resulta conforme con su deseo y voluntad”. Kant considera que la felicidad forma parte integrante del sumo bien, el cual es para el hombre la síntesis de virtud y felicidad. En la tradición cultural inglesa y norteamericana, la noción de felicidad ha permanecido así viva y ha inspirado, además del pensamiento filosófico, el pensamiento social y político.
El principio de la máxima felicidad ha sido por mucho tiempo la base del liberalismo moderno anglosajón. La Constitución norteamericana ha incluido entre los derechos naturales inalienables del hombre “la búsqueda de la felicidad”. A esta tradición se liga Bertrand Russell, que ha sido uno de los pocos que actualmente defiende la noción de felicidad, si bien en un libro de carácter popular (La conquista de la felicidad, 1930), lo que Russell agrega, como algo nuevo, a la noción tradicional de felicidad (además del persuasivo análisis que hace de las actuales situaciones de «infelicidad»), es una condición que considera indispensable, o sea la multiplicidad de los intereses, de las relaciones del hombre con las cosas y con los otros hombres, y por lo tanto la eliminación del egocentrismo, del enclaustramiento en sí mismos y en las propias pasiones.
En el marco de las ciencias de la conducta la felicidad es un acto volitivo, con sus componentes afectivos y cognoscitivos, es una decisión interna, cada uno de nosotros debe decidir ser feliz y tomar conciencia de ella ahora, la felicidad es una actitud ante la vida y todos son conflictos y dilemas, es cierto que podemos escribir una pauta para ser feliz, pero la clave siempre será una actitud que nace de lo más profundo de nosotros, y esa clave está adentro, no afuera. El placer es bueno, y necesario desde el punto de vista metabólico, pero no es la felicidad, hasta un exceso de placer puede ser altamente dañino y convertirse en sufrimiento, nunca nadie se va a dañar con un exceso de felicidad, además esta muy relacionada con la verdadera sabiduría, pienso que es difícil encontrar un hombre o una mujer sabios, que sean amargados. La felicidad se diferencia del placer puede una vida llena de placeres ser profundamente desdichada, y, a la inversa, ser feliz sin disfrutar de placeres. El cerebro consciente tiene poco que decir de la felicidad y no se debe reducir a considerarla como un “estado emocional activado por el sistema límbico”, base biológica de los sentimientos placenteros en el ser humano, como algunos reduccionistas llegan a definirla. Vivimos tiempos marcados por un nuevo positivismo, en el que la ciencia se convierte en religión, y queremos enfocarlo todo desde el punto de vista científico.
En la evaluación de la felicidad se tiene que incluir la visión de la vida y sus variables de adaptabilidad y flexibilidad, el estado de la existencia en el marco de la salud, amistades y estabilidad financiera; además del estado de la autoestima, expectativas y ambiciones. Por lo tanto, si un ciudadano tiene una filosofía de vida optimista, sabe adaptarse a cualquier situación con rapidez y sin traumas, ya tiene bastante terreno ganado para obtener una buen puntuación en el contexto de la felicidad. Si a esto se le suma que el mismo ciudadano tiene una excelente salud, está rodeado de buenos amigos y el dinero no le falta, estamos más cercanos a una mejor calificación. Ya sólo nos queda superar la última prueba, la que pertenece a la autoestima y al mundo interior de cada uno a esa armonía y plenitud interna que referían los filósofos griegos, si los complejos son inexistentes, las expectativas de futuro excelentes y las ambiciones, bastantes, el ciudadano elegido habrá obtenido un estado de ánimo inmejorable. En definitiva, desde este contexto la felicidad es algo difícil de conseguir pero no es inalcanzable y su subjetividad puede ser medible como actualmente lo están intentando algunos científicos europeos sin caer en reduccionismos.
En el fondo, la felicidad se enfrenta al dilema que plantearon los filósofos existencialistas hace años: ¿Tener o ser? Si cada uno de nosotros echamos una mirada hacia atrás pensando en qué momento de nuestras vidas hemos sido felices, seguramente recordaremos encuentros con amigos, paseos, viajes, contemplación de un paisaje, de una obra de arte, etc.… En definitiva, cuando somos mas que cuando no tenemos. El problema de querer obtener más y más cosas, sean éxitos económicos, profesionales, mejores coches, mejor casas, suelen encerrar una terrible trampa: cuanto más tenemos, más miedos nos surgen a perder nuestras posesiones. La felicidad proviene de un sentimiento de ser lo que se es, y de aceptación de la verdadera naturaleza de lo que eres, y el disfrute de ello.
Para la medicina la felicidad de los seres humanos ha sido una de las principales metas a lograr en el marco de sus acciones preventivas y de tratamiento de las enfermedades. Desde la perspectiva de la salud mental, la felicidad de una persona es más que un estado anímico de la persona, representa el elemento indispensable para funcionar armoniosamente en sus diferentes niveles de integración como individuo: el físico o biológico, el mental o psíquico, el emocional o afectivo y el nivel espiritual, sin felicidad la armonía se altera y el bienestar se altera apareciendo los malestares y con ello la llamada de alerta para atender nuestra salud.
En mi práctica clínica como medico psicoterapeuta muchas veces el tema de la felicidad aparece al resolver un conflicto, lograr la remisión de los síntomas desagradables o las alteraciones conductuales desarmoniosas con el medio ambiente de los pacientes. Todos los trastornos psiquiátricos afectan el bienestar y la felicidad de las personas y sus familias, aunque algunas de estas enfermedades alteran los sentimientos y la percepción de la realidad proyectando espejismos de felicidad que irradian los pacientes en sus relaciones con su familia y la sociedad. También ha sido ordinario observar como muchas de las personas que acuden a nuestra consulta piensan que la felicidad es tener mucho dinero y ningún problema de salud y abundante placer, de tal forma que no se explican el porque de su “sufrimiento” o de su trastorno de salud mental. Ha sido raro que el motivo de la consulta sea el recibir la atención profesional para alcanza sus objetivos y lograr solucionar los retos que enfrenta en su vida cotidiana para así mejorar su bienestar y desarrollo humano y por lo tanto su felicidad como persona.
jkn
ResponderEliminar