Ante el grave crecimiento de la prevalencia de trastornos de salud mental, de los comportamientos poco saludables para mejorar nuestro desarrollo humano y la violencia integrada sistemáticamente en el seno de nuestras instituciones, el papel de la psiquiatría y su responsabilidad social no se ha manifestado con claridad en estas circunstancias críticas que vivimos en México.
El modelo de desarrollo social, económico y político que impera, desde hace cuarenta años, ha fomentado estilos de vida poco saludables, sustentados en el fondo del individualismo, el consumismo y la depreciación de los valores éticos fundamentales, emergiendo las nuevas presentaciones sintomáticas: desde la violencia, como la familiar, el estrés postraumático, el bullying, el acoso laboral, el burn-out profesional, hasta las adicciones y su amplio abanico de expresiones desde el tabaquismo, el alcoholismo, el consumo de drogas ilegales hasta la ludopatía, los trastornos alimentarios (obesidad, anorexia, bulimia) además de los trastornos disruptivos de la conducta, con sus fatales incrementos de los homicidios y suicidios.
Las instituciones y los profesionales de la psiquiatría no hemos logrado ni siquiera el desarrollo de políticas nacionales de salud mental, por los gobernantes, que logren las anheladas transformaciones que revolucionaron la atención del enfermo mental, desde el siglo pasado, que logren acabar con los ignominiosos modelos manicomiales y carcelarios en la atención hospitalaria de los enfermos mentales; mucho menos se ha logrado articular un sistema nacional de atención a la salud mental que proporcione cobertura universal, con un modelo de atención integral que haga énfasis en la prevención y fomento de la salud mental en los diferentes niveles de atención; en el marco de los problemas emergentes por la violencia social hemos sido reactivos empleando sólo la atención psiquiátrica desde un modelo médico a las victimas.
El ejercicio de la psiquiatría sigue sustentadose en los modernos conceptos, clasificaciones, y tratamientos generados en las sociedades con más altos niveles de desarrollo humano y social, que parten de su propia realidad e intereses, sobre todo los de la industria farmacéutica, sin lograr integrar la influencia de los factores socio-culturales que nos remite a la pertenencia del paciente a su tiempo histórico y a su realidad social. La diversidad étnica y cultural, existente en nuestro país no ha influido en las investigaciones y su aplicación en nuestra disciplina, aun cuando estudios recientes, denuncian que “solo el 6% de las publicaciones internacionales en psiquiatría proceden de países no euro-americanos o asiáticos occidentalizados, cuando en ellos se concentra el noventa por ciento de los habitantes del planeta.”
Una de las manifestaciones de estas dificultades culturales son las asociadas a las psicopatologías y la violencia social que se presentan en los inmigrantes, en los últimos años han representado un reto que exige soluciones no sólo del activismo de las organizaciones sociales por su bienestar donde se acabe el abuso, la explotación y la injusticia, sino de la atención a su salud mental, derivado de los problemas de adaptación con sus reacciones de perdida, depresiones y angustias.
Los avances en ciencia y tecnología y sus posibles aplicaciones a la biomedicina, en las últimas décadas, han sido con espectaculares logros y con fantásticas promesas de la biología y genética moleculares, simplemente el genoma se ha convertido en la tabla periódica de la biología sobre la cual insisten los científicos “vamos a conocer cómo funcionamos, qué riesgos tenemos para desarrollar enfermedades y cómo desarrollar las herramientas terapéuticas para combatirlas" y ya se han publicado obras que incluyen un "enfoque molecular" para la comprensión del comportamiento humano.
Sin embargo, hay que mantener un saludable escepticismo, los modelos mecanicistas siguen siendo limitados en los abordajes de nuestra vida psíquica, que como expresión máxima de función compleja en lo biológico, donde las bases neuroquímicas son fundamentales, pero finalmente esta es la resultante de la interacción de fuerzas causales múltiples y débilmente determinantes, lo que dificulta su estudio y comprensión. Actualmente en psiquiatría, hay científicos que perseveran en la construcción de modelos fisiopatológicos que expliquen las enfermedades mentales como lo hacen en las enfermedades físicas, luego los avances de la investigación genética en psiquiatría han logrado identificar genes en las grandes enfermedades psiquiátricas (esquizofrenia, trastornos bipolar, depresión, demencias , etc..) sin embargo faltan estudios con nuevas metodologías que enfoquen sobre la influencia que el ambiente ejerce sobre las bases fisiológicas del funcionamiento mental y la expresión de los genes. En las grandes enfermedades psiquiátricas los genes nos aportan “susceptibilidad”, demostrado está, que son los factores ambientales, que incluye desde la nutrición, la calidad de los aportes afectivos, conductuales, el estilo de comunicación familiar, pasando por traumas físicos y enfermedades infecciosas, donde debemos buscar los factores patogénicos que desencadenan y mantienen estos trastornos. En los avances de la genética, no hay que olvidar los abusos cometidos en el pasado basándose en una pretendida eugenesia (eufemísticamente llamada entonces "eutanasia"), que llevaron en la Alemania nazi a la esterilización y exterminio de muchos enfermos mentales.
Los nuevos conocimientos nos exigen ejercer una ética que logre cumplir socialmente, que salvaguarde los valores y defina principios y obligaciones. La bioética debe entenderse como una reflexión sobre el ethos, entendido como el conjunto de creencias, valores y modos de actuar, en el contexto de la ciencia, las profesiones y la tecnología. Es una ética práctica pero también un discurso moral que fomenta el dialogo en una sociedad plural cuyos miembros no tienen una moral común y que para articular las discrepancias, se deben construir consensos en la búsqueda de las normas éticamente apropiadas, guiados con los principios éticos clásicos (beneficencia, no maleficencia y justicia). Esto evita los usos perversos de la psiquiatría por políticos, religiosos u otras razones ideológicas, económicas y en los intereses inmersos en procesos jurídicos, penales, civiles y mercantiles que involucran al enfermo mental.
En México no hemos logrado cumplir cabalmente, con las normas éticas que deben regir la conducta de los psiquiatras de todo el mundo, aprobados El 25 de agosto de 1996, en la Asamblea General de la Asociación Mundial de Psiquiatría, reunida en Madrid con ocasión del Congreso Mundial. Además de la declaración, propiamente dicha, en ella, se especifican normas concretas sobre actuación para lograr el respeto de los derechos humanos, civiles y sociales de los enfermos mentales, para evitar su discriminación, marginación, combatir su estigmatización y actuar profesionalmente ante situaciones como la eutanasia, tortura, pena de muerte, selección de sexo o trasplantes.
Estamos muy lejos de lograr, como lo ha conceptualizado el Comité de Salud Mental de la OMS, que “La Salud Mental sea el goce del grado máximo de salud que se puede lograr, como uno de los derechos fundamentales e inalienables del ser humano, sin distinción de raza, religión, ideología política o condición económica y social”. Necesitamos que el ejercicio psiquiátrico en México logre integrar un modelo de relación personal más auténtica y verdadera, que transforme la relación médico-paciente y de lugar a una epistemología y actividad profesional novedosa, de compromiso social extraordinariamente exigentes, enfrentando las realidades y retos de este siglo XXI.
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