Al iniciar
el transito de mi vida por la década que corresponde a la séptima del ciclo del
desarrollo humano, mis resistencias al envejecimiento no me llevaban a aceptar
la realidad de iniciar la etapa de la senectud, la vejez, esa etapa menospreciada
y marginada de las sociedades, mas en las nuestras que aun no alcanzan los
niveles de desarrollo económico y social, victimas de la explotación y la
depredación del neoliberalismo capitalista que manipula a los gobernantes para
que el estado siga privilegiando sus intereses económicos, a costa de la
precarización de los niveles de bienestar humano.
Fue Daniel
Levinson, psicólogo norteamericano, quien en su obra “Seasons of a man´s Life
de la vida”, categorizo el inicio de la vejez, como el tiempo que transcurre a
partir de los sesenta años, propuso, en los años setentas, además una teoría
del desarrollo del adulto estructurada en una serie de etapas llamadas eras o
estaciones, postuló que en el centro de todo proceso de desarrollo está la
estructura de la vida (life structure). Mediante este constructo, Levinson
adelantó la idea de que en todo individuo hay un patrón estable de conducta que
se manifiesta a lo largo del tiempo y que se convierte en el centro o núcleo de
su personalidad haciéndolo único y distinguiéndolo así de los demás en el marco
de sus investigaciones sobre el desarrollo del adulto en el estudio biográfico de
los hombres y mujeres en la sociedad americana, que prevalecía con sus marcos
de desarrollo político, económico, demográfico, cultural, social, de salud y
psicosocial, en la entonces ya considerada una de las potencias mundiales, que
venía emergiendo para convertirse en el poderoso país imperialista, militar y
económicamente que hoy domina en nuestro mundo.
Eran
los años en que, nuestra generación de jóvenes en México, nos declarábamos en rebeldía por
las injusticias, las graves desigualdades, los gobiernos autoritarios,
represores y genocidas y la ausente democracia para nuestros pueblos, con las
graves violaciones a los derechos humanos fundamentales y las atrocidades de
sus guerras militares y sus guerras sucias contra los opositores a sus
regímenes de oprobio, no nos importaba morir victimizados por los gobernantes
represores con su violencia, como lo hicieron con los compañeros estudiantes
que asesinaron en la Masacre de Tlatelolco, el dos de octubre de 1968, o la de
San Cosme el 10 de junio de 1971 y las victimas de su obsesiva lucha anti
guerrilla de esas décadas.
La
vejez no asomaba, no se vislumbraba en nuestras vidas, una de nuestras consigna
lo decía todo: “el presente es de lucha y el futuro es nuestro”, nuestra lucha
en rebeldía, era cotidiana para sobrevivir, nos alimentábamos con los mínimos
nutrientes, usábamos al máximo nuestro organismo, lo exponíamos temeraria y frecuentemente
en su integridad, dormíamos poco, las enfermedades comunes las minimizábamos,
poca o nula atención médica les dábamos, menospreciábamos el estrés, prevalecía
el consumo de café, tabaco, alcohol, estimulantes y en algunos el consumo de
otras drogas, en nuestra actividad física prevalecían las caminatas en las
marchas y protestas y estábamos ávidos del conocimiento no sólo el de nuestros
estudios universitarios, sino de los que se trataban de ocultar en nuestras
sociedades sobre la filosofía y la política, por sus contenidos perniciosos
contra el sistema social dominante y sus gobiernos.
Antes
de vivir la década de los treinta, ya estábamos incorporados a la vida laboral,
con sus condiciones injustas y explotadoras, luego vino la integración de
nuestra familia, con sus demandantes necesidades económicas para satisfacer los
mínimos de bienestar, incrementándose la necesaria productividad económica,
evitando las lacras de la pobreza, tratamos de diversificar actividades
profesionales para mejorar el ingreso, nuestro activismo de rebeldía continua,
disminuyendo los tiempos de inversión en ese ámbito, el resto casi sigue igual,
lo que disminuye es la actividad física, mejora la alimentación, amenazando
emerger el sobrepeso, las enfermedades siguen siendo minimizadas y poco diezman
la salud en general.
Ha
sido mi generación, la mas victimizada por las políticas económicas de los
malos gobiernos lacayos de los capitalistas neoliberales, que desmantelaron el
estado de bienestar, que sumada a sus modelos económicos inmersos en poco
crecimiento y crisis recurrentes, han afectando gravemente la responsabilidad
del estado en proporcionar el pleno
ejercicio de los derechos fundamentales a todos los habitantes en
educación, salud, alimentación, vivienda, trabajo y salarios digno y el acceso
a las actividades culturales.
En
los cuarenta años de vida laboral, jamás he acudido a solicitar atención médica
como derechohabiente de la seguridad social, sólo en una ocasión fui llevado a
una clínica del ISSSTE, por urgencias
después de un accidente automovilístico, donde me auto atendí, como médico, por
el ausente recurso profesional necesario que prevalecía en ese momento. Inmerso
en la angustia por recibir una atención médica que no se desarrolle en los
ambientes insalubres, estresantes y deshumanizantes que prevalecen en las
clínicas y hospitales de la seguridad social, soy derechohabiente del IMSS y
del ISSSTE.
En
estos sesenta años, tengo que enfrentar las tareas de mantener la salud física,
ajustarme a las limitaciones, mantener un ingreso adecuado, ajustarme al cambio
en los roles laborales, mantener condiciones adecuadas de vida y vivienda,
mantener la identidad y el estatus social, aprender a usar de manera placentera
el tiempo libre, establecer los nuevos roles con mi familia y lograr la
integridad por medio de la aceptación de la propia vida; esto último como Erik Erikson
lo afirmaba, en su teoría psicosocial del desarrollo de la personalidad, al
destacar que la principal tarea de esta última etapa de la vida consiste en
desarrollar la integridad del Ego, lo que supone la revisión de la vida, ser
capaz de aceptar los hechos de la propia vida, sin arrepentimiento y de
enfrentar la muerte sin temor.
Afortunadamente
mi cuerpo no ha sido intervenido quirúrgicamente, no he padecido enfermedades
que pongan en riesgo mi vida, aun no emerge la diabetes, ni los trastornos
cardiovasculares, ni el temible cáncer, mentalmente trato de usar al máximo mis
capacidades, sólo he sentido limitaciones en mi fuerza física, el estatus
social ha estado armonizado con mis convicciones contra el nefasto
mercantilismo deshumanizante, los tiempos libres siguen sin alcanzar el
anhelado incremento de los placeres en mi vida en conflicto por las exigencias
inmersas en mi activismo profesional y político, trato de ampliar las vivencias, el conocimiento en
todos los ámbitos, cultivo una filosofía de la vida mas pragmática, sigo en
rebeldía contra el sistema y sus gobiernos nefastos y opresores, que ha sido el
patrón estable de conducta en el seno de mi personalidad.
Desde
hace tres años, avizorando que llegaría a esta etapa de mi vida, y que me hace
mas proclive a necesidades de atención médica por enfermedades mayores, adquirí
un seguro de gastos médicos, que espero no tener que utilizarlo y en su caso no
incomodar a mis familiares en las crisis de enfermedades en esta séptima década
de mi vida, en los malos ambientes de atención en las clínicas y hospitales de
la seguridad social que prevalecen en nuestro estado. A pesar del derecho a la
jubilación que tengo, no lo he ejercido, porque todavía siento la felicidad de
servir profesionalmente en la salud y porque no sería jubiloso en mi vida
precarizar mis ingresos económicos ya que este régimen es muy injusto, como
derecho el trabajador sólo recibe un engañoso salario base, no el neto, que
significa sólo recibir menos del 50% de su salario completo, una vez que se
jubila.
A
los sesentas lo más lamentable es estar vivenciando las tragedias de colegas, compañeros, amigos y
familiares, sobre sus enfermedades discapacitantes y/o las causantes de sus
muertes, algo inimaginable en las etapas anteriores de mi desarrollo humano,
cuando en el marco de nuestros sueños y utopías en la plenitud de la vida no se
avizoraban este tipo de tragedias.
Gracias
a la vida, y a todos y todas que me han nutrido mis afanes de seguir luchando
en estos sesenta años que acabo de cumplir.
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