viernes, 13 de junio de 2014

LLEGAR A LOS SESENTA AÑOS


Al iniciar el transito de mi vida por la década que corresponde a la séptima del ciclo del desarrollo humano, mis resistencias al envejecimiento no me llevaban a aceptar la realidad de iniciar la etapa de la senectud, la vejez, esa etapa menospreciada y marginada de las sociedades, mas en las nuestras que aun no alcanzan los niveles de desarrollo económico y social, victimas de la explotación y la depredación del neoliberalismo capitalista que manipula a los gobernantes para que el estado siga privilegiando sus intereses económicos, a costa de la precarización de los niveles de bienestar humano.
Fue Daniel Levinson, psicólogo norteamericano, quien en su obra “Seasons of a man´s Life de la vida”, categorizo el inicio de la vejez, como el tiempo que transcurre a partir de los sesenta años, propuso, en los años setentas, además una teoría del desarrollo del adulto estructurada en una serie de etapas llamadas eras o estaciones, postuló que en el centro de todo proceso de desarrollo está la estructura de la vida (life structure). Mediante este constructo, Levinson adelantó la idea de que en todo individuo hay un patrón estable de conducta que se manifiesta a lo largo del tiempo y que se convierte en el centro o núcleo de su personalidad haciéndolo único y distinguiéndolo así de los demás en el marco de sus investigaciones sobre el desarrollo del adulto en el estudio biográfico de los hombres y mujeres en la sociedad americana, que prevalecía con sus marcos de desarrollo político, económico, demográfico, cultural, social, de salud y psicosocial, en la entonces ya considerada una de las potencias mundiales, que venía emergiendo para convertirse en el poderoso país imperialista, militar y económicamente que hoy domina en nuestro mundo.

Eran los años en que, nuestra generación de jóvenes en México, nos declarábamos en rebeldía por las injusticias, las graves desigualdades, los gobiernos autoritarios, represores y genocidas y la ausente democracia para nuestros pueblos, con las graves violaciones a los derechos humanos fundamentales y las atrocidades de sus guerras militares y sus guerras sucias contra los opositores a sus regímenes de oprobio, no nos importaba morir victimizados por los gobernantes represores con su violencia, como lo hicieron con los compañeros estudiantes que asesinaron en la Masacre de Tlatelolco, el dos de octubre de 1968, o la de San Cosme el 10 de junio de 1971 y las victimas de su obsesiva lucha anti guerrilla de esas décadas.
La vejez no asomaba, no se vislumbraba en nuestras vidas, una de nuestras consigna lo decía todo: “el presente es de lucha y el futuro es nuestro”, nuestra lucha en rebeldía, era cotidiana para sobrevivir, nos alimentábamos con los mínimos nutrientes, usábamos al máximo nuestro organismo, lo exponíamos temeraria y frecuentemente en su integridad, dormíamos poco, las enfermedades comunes las minimizábamos, poca o nula atención médica les dábamos, menospreciábamos el estrés, prevalecía el consumo de café, tabaco, alcohol, estimulantes y en algunos el consumo de otras drogas, en nuestra actividad física prevalecían las caminatas en las marchas y protestas y estábamos ávidos del conocimiento no sólo el de nuestros estudios universitarios, sino de los que se trataban de ocultar en nuestras sociedades sobre la filosofía y la política, por sus contenidos perniciosos contra el sistema social dominante y sus gobiernos.
Antes de vivir la década de los treinta, ya estábamos incorporados a la vida laboral, con sus condiciones injustas y explotadoras, luego vino la integración de nuestra familia, con sus demandantes necesidades económicas para satisfacer los mínimos de bienestar, incrementándose la necesaria productividad económica, evitando las lacras de la pobreza, tratamos de diversificar actividades profesionales para mejorar el ingreso, nuestro activismo de rebeldía continua, disminuyendo los tiempos de inversión en ese ámbito, el resto casi sigue igual, lo que disminuye es la actividad física, mejora la alimentación, amenazando emerger el sobrepeso, las enfermedades siguen siendo minimizadas y poco diezman la salud en general.
Ha sido mi generación, la mas victimizada por las políticas económicas de los malos gobiernos lacayos de los capitalistas neoliberales, que desmantelaron el estado de bienestar, que sumada a sus modelos económicos inmersos en poco crecimiento y crisis recurrentes, han afectando gravemente la responsabilidad del estado en proporcionar el pleno  ejercicio de los derechos fundamentales a todos los habitantes en educación, salud, alimentación, vivienda, trabajo y salarios digno y el acceso a las actividades culturales.
En los cuarenta años de vida laboral, jamás he acudido a solicitar atención médica como derechohabiente de la seguridad social, sólo en una ocasión fui llevado a una clínica del  ISSSTE, por urgencias después de un accidente automovilístico, donde me auto atendí, como médico, por el ausente recurso profesional necesario que prevalecía en ese momento. Inmerso en la angustia por recibir una atención médica que no se desarrolle en los ambientes insalubres, estresantes y deshumanizantes que prevalecen en las clínicas y hospitales de la seguridad social, soy derechohabiente del IMSS y del ISSSTE.
En estos sesenta años, tengo que enfrentar las tareas de mantener la salud física, ajustarme a las limitaciones, mantener un ingreso adecuado, ajustarme al cambio en los roles laborales, mantener condiciones adecuadas de vida y vivienda, mantener la identidad y el estatus social, aprender a usar de manera placentera el tiempo libre, establecer los nuevos roles con mi familia y lograr la integridad por medio de la aceptación de la propia vida; esto último como Erik Erikson lo afirmaba, en su teoría psicosocial del desarrollo de la personalidad, al destacar que la principal tarea de esta última etapa de la vida consiste en desarrollar la integridad del Ego, lo que supone la revisión de la vida, ser capaz de aceptar los hechos de la propia vida, sin arrepentimiento y de enfrentar la muerte sin temor.  
Afortunadamente mi cuerpo no ha sido intervenido quirúrgicamente, no he padecido enfermedades que pongan en riesgo mi vida, aun no emerge la diabetes, ni los trastornos cardiovasculares, ni el temible cáncer, mentalmente trato de usar al máximo mis capacidades, sólo he sentido limitaciones en mi fuerza física, el estatus social ha estado armonizado con mis convicciones contra el nefasto mercantilismo deshumanizante, los tiempos libres siguen sin alcanzar el anhelado incremento de los placeres en mi vida en conflicto por las exigencias inmersas en mi activismo profesional y político, trato de  ampliar las vivencias, el conocimiento en todos los ámbitos, cultivo una filosofía de la vida mas pragmática, sigo en rebeldía contra el sistema y sus gobiernos nefastos y opresores, que ha sido el patrón estable de conducta en el seno de mi personalidad.
Desde hace tres años, avizorando que llegaría a esta etapa de mi vida, y que me hace mas proclive a necesidades de atención médica por enfermedades mayores, adquirí un seguro de gastos médicos, que espero no tener que utilizarlo y en su caso no incomodar a mis familiares en las crisis de enfermedades en esta séptima década de mi vida, en los malos ambientes de atención en las clínicas y hospitales de la seguridad social que prevalecen en nuestro estado. A pesar del derecho a la jubilación que tengo, no lo he ejercido, porque todavía siento la felicidad de servir profesionalmente en la salud y porque no sería jubiloso en mi vida precarizar mis ingresos económicos ya que este régimen es muy injusto, como derecho el trabajador sólo recibe un engañoso salario base, no el neto, que significa sólo recibir menos del 50% de su salario completo, una vez que se jubila.
A los sesentas lo más lamentable es estar vivenciando  las tragedias de colegas, compañeros, amigos y familiares, sobre sus enfermedades discapacitantes y/o las causantes de sus muertes, algo inimaginable en las etapas anteriores de mi desarrollo humano, cuando en el marco de nuestros sueños y utopías en la plenitud de la vida no se avizoraban este tipo de tragedias.
Gracias a la vida, y a todos y todas que me han nutrido mis afanes de seguir luchando en estos sesenta años que acabo de cumplir.  

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