sábado, 28 de marzo de 2015

LOS TRASTORNOS MENTALES Y LOS POLITICOS


En mis vivencias políticas y en el marco de mi ejercicio como profesionista de la salud mental, una de las consultas más recurrentes, que me han hecho, está asociada a la existencia o no de trastornos de salud mental,  en las personas divergentes u opositoras a sus posturas políticas, son consultas hechas por dirigentes y activistas políticos de todas las organizaciones y partidos políticos, de todos los espectros, desde la derecha conservadora, pasando por los liberales de los denominados “centros”,  hasta la izquierda progresista y sus espectros radicales ortodoxos.
De conformidad con los consensos científicos acordados por la comunidad internacional de los especialistas de la salud mental, plasmados en el  Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), de la American Psychitric Association (AMP) y correspondidos en el Clasificación Internacional Diagnostica (CIE-10) de la Organización Mundial de la Salud se ha definido un Trastorno mental como aquel en el que se deben cumplir los siguientes elementos: “Un trastorno de salud mental es un síndrome caracterizado por una alteración clínicamente significativa del estado cognitivo, la regulación emocional o el comportamiento del individuo, que refleja una disfunción de los procesos psicológicos, biológicos o del desarrollo que subyacen en su función mental. Habitualmente los trastornos mentales van asociados a un estrés significativo o discapacidad, ya sea social, laboral o de otras actividades importantes. Una respuesta predecible culturalmente aceptable ante un estrés usual o una perdida, tal como la muerte de un ser querido, no constituye un trastorno mental. Un comportamiento socialmente anómalo (ya sea político, religioso o sexual) y los conflictos existentes entre el individuo y la sociedad, no son trastornos mentales, salvo que la anomalía o el conflicto se deban a una disfunción del individuo como las descritas anteriormente.”

Cuando se me ha consultado, la mayoría de las veces mi respuesta, casi refleja ha sido, por razones éticas, abstenerme de emitir diagnósticos, que pretendan etiquetar a esas personas con trastornos mentales, más,  porque sólo se cuenta con una información sesgada por el interés personal de los políticos que me lo consultan. Con excepciones, al solicitar mi servicio profesional, por tratarse del interesado o de algún familiar de estos políticos, he intervenido y en la mayoría, les he diagnosticado, después del proceso de evaluación, alguno de estos trastornos sobre su salud mental y sólo en algunos casos graves, he iniciado un tratamiento, las más de las veces farmacológico, y luego los refiero con alguno de los colegas, para dar seguimiento en su atención, por obvio respeto a los principios y normas que los profesionales de la salud mental, debemos seguir en las diferentes modalidades de intervención psicoterapéutica, donde debemos de excluirnos, si existen condiciones de interacción social y afectiva, como sucede con los parientes y amigos, que generan riesgos para los pacientes en sus procesos de rehabilitación.
Una de las décadas, las de los noventa, del siglo pasado, la recuerdo especialmente, en estas necesarias intervenciones profesionales que hice, cuando una cantidad importante de compañeros y compañeras, militantes de la Izquierda integraron la depresión y la ansiedad, algunos con riesgos suicidas,  posterior a la caída de los regímenes comunistas de Europa del este, la URSS, Hungría, Polonia, Checoslovaquia, Alemania Oriental, Rumania, Bulgaria y Albania. Paradójicamente, eran los tiempos en que los psiquiatras a nivel mundial habíamos, denunciado y reprobado el abuso de la psiquiatría, que los regímenes dictatoriales hacían en sus sociedades a los opositores políticos, desde el seno del Congreso Mundial de Psiquiatría que celebramos en Atenas Grecia en 1989.

Hasta esa década, había estado rechazando ser militante de algunos de los partidos políticos existentes, de izquierda, y mi posterior integración a uno de ellos, me llevo a integrarme activamente en su dirección estatal y nacional, muy cerca de sus principales dirigentes, quienes llegaron a otorgarme la confianza, no sólo exponiendo sus realidades de sus problemáticas personales y de sus familias, sino distinguiéndome profesionalmente hasta en la atención de algunas de sus crisis de salud. Fue, sin duda una de las etapas más críticas, donde mi rol político, enfrento crisis con el deber ser de mi profesión, tan sólo una de las vivencias lo ejemplifican: resulta que en el marco de las tareas político-electorales que desarrollaba, como uno de sus candidatos, la principal dirigente cursó con una crisis severa de ansiedad, fui solicitado, acudí a su valoración, intervine en crisis, prescribí un fármaco ansiolítico, la compañera se recuperó, como yo era uno de sus adversarios y su poder era especial, resulta que incremento sus estrategias en contra de nuestro activismo,  a grado tal que los compañeros y compañeras de ese partido, me llegaron a reclamar mi postura profesional, con alguien que debería ser objeto de menosprecio, en tanto yo le brindaba atención médica psiquiátrica, que le permitía recuperarse y seguir dañándonos políticamente.
Los políticos en México, son ejemplo de la mala salud mental de nuestras sociedades, ya lo habían referido otros colegas, como el Dr. Manuel Velasco Fernández (QEPD), que en uno de los congresos nacionales que tuvimos, en ese mismo año de 1989, fue muy contundente en una frase memorable: “El problema de las políticas de salud mental, empieza con los problemas de la salud  mental de los políticos que nos gobiernan”.

Han pasado ya más de 30 años y sigo observando cómo les distingue la mentira, el engaño, el cinismo, la codicia, la voracidad por los cargos, la soberbia, la falta de escrúpulos, la incongruencia,  el autoritarismo, la deshonestidad, la irresponsabilidad, la injusticia, la corrupción, pero sobre todo el ausente respeto por la vida en nuestro entorno, empezando por la de los seres humanos y el resto de los organismos  vivientes en nuestro ecosistema. Sus comportamientos sociales anómalos, no son necesariamente un trastorno de salud mental, en tanto saben esconder muy bien sus disfunciones emocionales, cognitivas y conductuales como individuos, que sólo llegan a emerger y ser conocidos por la sociedad, en tragedias como cuando ellos o sus familias,  son víctimas de enfermedades físicas asociadas a trastornos como el alcoholismo, el abuso de drogas, o actores de violencia, como en lesiones, homicidios, el suicidio o la violencia familiar.
Así he observado políticos y políticas en los que predominan trastornos de ansiedad, afectivos, que van de la depresión al trastorno bipolar, trastornos de personalidad, con mayor frecuencia cubriendo los criterios de la personalidad antisocial, el narcisista y el denominado borderline o de inestabilidad emocional, la personalidad paranoide, sin faltar los abusos y/o las adicciones al alcohol, tabaco y alguna o varias drogas. En muy pocos, claros casos  de trastornos psicóticos, como la esquizofrenia paranoide y los trastornos delirantes; eso sí predomina entre ellos el mal uso del concepto de esquizofrenia y paranoide, usándolo para estigmatizar a sus enemigos, contribuyendo a dañar los derechos de los enfermos mentales. Lo que he podido concluir, además  es que la mayoría son personas proclives a desarrollar los denominados patrones de interacción psicopatológica en sus relaciones humanas, constituyéndose en un factor de riesgo para la salud mental en sus ambientes.

La salud mental de los políticos, sigue siendo una de las áreas de investigación científica en las ciencias de la conducta poco explorada, mas en países como el nuestro, hay que promoverla.  

 

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