Siguiendo con mis vivencias
y reflexiones sobre los políticos y la salud mental, asocie lo que el
presidente de Bolivia, Evo Morales, reconoció este lunes, como las
denuncias de corrupción, actitudes de machismo y discriminación de los
candidatos de su partido en el poder,
influyeron en la derrota que sufrió su partido en las elecciones del
domingo para gobernadores y alcaldes, en las que la oposición arrebató plazas
claves al gobernante Movimiento al Socialismo (MAS). Los
comicios consolidaron tres fuerzas opositoras: el MAS, los Demócratas, la nueva agrupación Soberanía y Libertad; ahora los indígenas no están sólo con la bandera de Evo,
también la oposición los está incorporando y logró mejores resultados en estas
elecciones.
Resulta
que una de las lacras que obstaculizan el desarrollo humano y social, siempre
ha sido la corrupción, que es producto de la transgresión a los principios y
valores básicos, que determinan el funcionamiento del individuo en sus
interacciones sociales y en el caso de los políticos, sin estos valores, se incapacitan
en la búsqueda elemental del bien común. Estas transgresiones han estado
incrementándose en todas las sociedades, independientemente de los poderes
políticos y religiosos, que las gobiernan y del contexto ideológico de sus partidos,
y funcionarios gobernantes en los diferentes sistemas sociales, como lo han
demostrado los hechos más recientes denunciados, desde los países con supuestos
altos niveles de desarrollo social y supuestos primeros lugares, como menos
corrupción, como Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, con sus ignominiosas
corrupción de los banqueros, en la crisis inmobiliaria de principios de este siglo;
hasta en los países donde sus líderes pregonaban el desarrollo democrático y
acabar con la corrupción pública, como ha sucedido en China, Brasil, Nicaragua,
Venezuela y Bolivia.
Ni
que hablar en países como India, el nuestro, México, emergentes en vías de
desarrollo, desde el siglo pasado, donde las conductas corruptas son
condiciones exigidas para el ejercicio del poder político, como sucede también
en la mayoría de los países de América, Asia Pacífico,
Oriente Medio y Norte de África , Europa del Este y Asia Central y la África Subsahariana, que siguen ocupando
un orden decreciente de menos de cincuenta puntos en al Índice de Percepción
sobre Corrupción que realiza Transparencia Internacional, de acuerdo a este índice, nuestro
país, se encuentra en el lugar 105 entre 176 naciones. En el espejo de la
corrupción nos vemos igual que Kosovo, Mali, Filipinas y Albania.
La instauración de la corrupción como forma de vida, no sólo ha
dañado las economías de nuestros países, que en el caso de México nos cuesta,
al menos 100,000 millones de dólares al año, estimado según economistas de
Forbes, que a la fecha podrían garantizar el pleno goce de los derechos
sociales a la salud, la educación, la alimentación y la vivienda de todos los
mexicanos, además de una mejor infraestructura de obras públicas en nuestra
nación. La corrupción en nuestro país conlleva a otras nefastas consecuencias,
favorece la impunidad o promueve la injusticia, que termina permeando la dinámica social y
absorbiendo a la ciudadanía integrándola a la inmoralidad en sus interacciones
sociales, lesionando seriamente la honestidad como valor fundamental del ser
humano. Parafraseando a los clásicos: “si la corrupción es recompensada y la
honestidad se convierte en autosacrificio, la sociedad está condenada al colapso”.
Así
a las prevalecientes conductas de corrupción en los políticos, se suman sus
rasgos de personalidad de ser mentirosos, manipuladores, simuladores, autoritarios,
prepotentes, clasistas, misóginos, machistas, homofóbicos, envidiosos, muy
lejos de la honestidad que se contraponen al fomento de las relaciones
saludables, el óptimo desarrollo, el uso de todas las habilidades mentales y la
adquisición de metas de los integrantes de la sociedad en condiciones de
equidad y justicia.
Hace
una década, los expertos del Comité de salud mental de la Organización Mundial
de la Salud (OMS), consensaron definir la salud mental, como la “Capacidad del
individuo, el grupo y el ambiente de interactuar el uno con el otro de forma
tal, que se promueva el bienestar subjetivo, el óptimo desarrollo y el uso de
las habilidades mentales (cognitivas, afectiva y relacionales), la adquisición
de las metas individuales y colectivas en forma congruente con la justicia y la
adquisición y preservación de las condiciones de equidad fundamental”, los políticos
gobernantes de las naciones han hecho caso omiso, obstaculizando también el
resolutivo de ese mismo órgano que declaraba:
“ La Salud Mental es el goce del
grado máximo de salud que se puede lograr, es uno de los derechos fundamentales
e inalienables del ser humano, sin distinción de raza, religión, ideología
política o condición económica y social.”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario