Ni las vacaciones nos exentan de las vivencias
deshumanizantes del infame mercantilismo, donde la mayoría de las atenciones
dirigidas al rol de turista que realizamos, van dirigidas a estimular el nefasto
hiperconsumo de objetos y bienes, estimulando egolatrías del gozoso tener, posesionándose
en los poderes patrimoniales compensatorios de autoestimas deterioradas, que
saben muy bien manejar sus agentes de ventas capacitados y actualizados hasta
en lo más innovador de sus técnicas como el neuromarketing.
Unos atrayendo, según ellos con desinterés y solicitud de que
les apoyemos en sus trabajos, ya que cada atención a su función promotora o de
agente de ventas, le era remunerada; otros ofreciendo productos mágicos solucionadores
de crónicos problemas de nuestro envejecimiento, sobre todo de la piel; otros más
estimulando nuestras fantasías del disfrute pleno de satisfactores alimentarios
y bebidas glamurosas hasta hospitalidades de categorizaciones diamantinas en
resorts y hoteles, que son de acceso fácil sólo para los adinerados, lejos de
nuestra posición clase mediera.
Unos vanagloriándose de conocernos, inician sus
manipulaciones enalteciendo cada atributo de nuestras personas, si eres médico,
más, si tienes mucho tiempo de casado, mejor, sobre todo di tu esposa también es productiva económicamente; si vives en Monterrey, mas, por
ser una de las ciudades más caras para vivir en Latino América, si estas en la década
de los setentas, ni parece, te consideran cincuentón, si has viajado no sólo
nacionalmente sino internacionalmente, eres más afortunado para ser
persistentemente acosado a que compres sus únicas y exclusivas promociones de ventas
instantáneas, que sólo serán para ti en ese momento, no vendrán otras
oportunidades.
Claro, tratándose de productos de belleza, las adulaciones cambiaban
por defectos aderezados con seductores intereses en nuestro bienestar; una
supuesta dermatóloga israelí, que promocionaba un producto milagro “regenerador
de la piel”, gran rejuvenedor, no nos consideraba cincuentones, sino adultos
mayores de setenta años, con malos merecimientos de la vida y la naturaleza, sin
conocer nuestra profesión médica, disertaba verborreicamente sobre elementos básicos de la anatomía y fisiología
de la piel, sus cuidados y los factores
de riesgo que la dañaban, su obcecada postura por vender, no le permitió entender
que quienes tienen problemas de salud en su metabolismo como los enfermos de
las glándulas tiroideas o con alteraciones hormonales de nada le sirven sus
productos de belleza, al conocer nuestra profesión médica lo único que logramos
fue su gran oferta de rebaja especial sólo por ese momento, frustrada y molesta
por no lograr su objetivo de vender, le sugerí que en su primer contacto con
los futuros clientes, primero los conociera, sobre todo su profesión, porque en
el caso de los psiquiatras, padecemos de un narcisismo que nos vulnera contra
los ataques hasta de nuestra corpórea fealdad.
Por supuesto no faltan en estos viajes, la necesidad de los recuerdos
de las obras artesanales de los lugares que visitamos, en México, lo más
lamentable que sigue sucediendo, con nuestros compatriotas artesanos, es su
ingreso a ese infame círculo de mercantilismo, donde además sus obras siguen
siendo desplazadas por artesanías elaboradas y comercializadas por los chinos,
que con cinismo y desvergüenza venden con sus etiquetas comerciales de su país de
origen.
Lo más satisfactorio, fue sin duda vivenciar el trato del
personal de hoteles, restaurants y tiendas de los mexicanos y mexicanas, que a
pesar de la gran explotación de que son objeto, por sus bajos salarios y malas
prestaciones laborales no dejan de ser atentos, amorosos y solidarios con todos
los turistas nacionales e internacionales, el infame mercantilismo no los ha
infestado.
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