El último consenso de la American Psychiatric Association, en
el marco de elaboración de los criterios diagnósticos de los trastornos
mentales, concluidos en el DSM-5, define al trastorno mental así: “un trastorno
mental es un síndrome caracterizado por una alteración significativa del estado
cognitivo, la regulación emocional o el comportamiento de un individuo, que
refleja una disfunción de los procesos psicológicos, biológicos o del
desarrollo que subyacen en su función mental. Habitualmente los trastornos
mentales, van asociados a un estrés significativo o discapacidad, ya sea
social, laboral o de otras actividades importantes. Una respuesta predecible o
culturalmente aceptable ante un estrés usual o una perdida, tal como la muerte
de un ser querido, no constituye un trastorno mental. Un comportamiento socialmente
anómalo (ya sea político, religioso o sexual y los conflictos existentes
principalmente entre el individuo y la sociedad, no son trastornos mentales
salvo que la anomalía o el conflicto se deban a una disfunción del individuo,
como las descritas anteriormente.” (1)
Desde esta perspectiva los individuos fanáticos, en general,
con sus diferencias evidentes, cristianas, judíos, musulmanes, nacionalistas,
comunistas, fascistas y de todo tipo, no deben ser considerados como enfermos
mentales, sólo si cursan con alguno de los trastornos psiquiátricos, como ha
sido detectado en algunos líderes fanáticos (psicosis esquizofrénicas, estados
paranoides, delirios, trastornos de personalidad). En los casos de los
fanáticos terroristas, que integran la violencia como estrategia destructora de
la vida humana a nombre de su causa sagrada, dogmatica y fundamentalista, sin
tener alguno de estos trastornos psiquiátricos, no se puede decir que sean
personas mentalmente sanas, son casos fronterizos del proceso diagnostico
salud-enfermedad, donde se sigue enfrentando una gran debate de las ciencias de
la conducta sobre la definición de criterios para asumir esta personalidad como
patología psiquiátrica, sobre todo por las implicaciones judiciales, ya que un
enfermo mental no es consciente de sus actos o su voluntad se altera, por sus enfermedad.
Es el campo forense y judicial quien determina, según el dictamen psiquiátrico,
si se le considera penalmente responsable, o de sí no era consciente de lo que
hacía, como es el caso de la presencia de alucinaciones, teniendo un episodio
psicótico, trastorno mental transitorio o demencial que provoca confusión,
desorientación, deterioro de la memoria, etc, en el contexto del desarrollo del
acto criminal.
Generalmente los fanáticos terroristas pueden tener problemas
personales, en el seno de su personalidad, pero son conscientes de lo que
desea, del objetivo que persiguen y del dolor que causan. Un “enfermo mental”,
incapaz de pensar racionalmente, no tendría la frialdad y el autocontrol
suficientes como para provocar acciones de tal envergadura, con tanta
planificación y estructuración de una ideología determinada. Recodemos a la de
muchos grupos terroristas que consideran que se les somete, que no tienen
libertad, que les espera un mundo mejor más allá y por ello actúan poniendo
bombas y asesinando. Buscan un aspecto de la realidad que les interesa
(desempleo, inmigración, sometimiento, situación política, religiosa, etc.) y
sobre esa creencia construyen su base y fortaleza para realizar y expresar lo
que desean sin permitir la permeabilidad.
Desde mediados del siglo pasado, en el marco de los
fanatismos de los regímenes fascistas y comunistas, algunos sociólogos y
psicoanalistas, afirmaban que las conductas destructivas, donde prevalecía la
devastación, las masacres y los holocaustos de las guerras, tenían su
fundamento, entre otras cosas “en una personalidad patológica, contagiosa como
la peste, y configurada por factores sociales y psicológicos que la convierten
en vulnerable a la propaganda fascista”, como así lo afirmaba Theodor Adorno en
su ensayo sobre la Personalidad Autoritaria (1950) donde los definía como “autoritario
patológico” (2). Ya Wilhelm Reich en otro ensayo sobre “La psicología de masas
del fascismo (1933), (3), planteaba que el fascismo era como la expresión
política de las personas frustradas, el “pequeño hombre” reprimido dentro de
una sociedad autoritaria. Luego Fromm, en su libro sobre el Miedo a la
Libertad, destaca el carácter sadomasoquista de los dictadores mezclado con los
rasgos narcisistas autoritarios (4). Desde entonces el fanatismo se ha
investigado y se ha tratado de prefigurarlo como un trastorno de la
personalidad, sin lograr un constructo definido de su personalidad patológica,
aun con las evidencias de narcisismo, psicopatía y visión paranoica del mundo
en los líderes fanáticos más extremistas que la humanidad ha tenido.
El uso político y religioso, de que fue objeto la psiquiatría
en el siglo pasado, por los regímenes totalitarios, desde el nazifacismo y los
diversos tipos de dictaduras comunistas y estados teocráticos, para enfrentar y
reprimir a los opositores, sumado a la emergencia en el fomento del respeto a
los derechos fundamentales humanos y sociales, ha llevado a grandes discusiones
entre profesionistas y científicos de las neurociencias, para lograr definir estos
comportamientos anómalos como enfermedad mental. El avance más trascendente fue
cuando en el seno de la OMS se consenso definir la salud mental como la “Capacidad del individuo, el grupo y el
ambiente de interactuar el uno con el otro de forma tal, que se promueva el
bienestar subjetivo, el óptimo desarrollo y el uso de las habilidades mentales
(cognitivas, afectiva y relacionales), la adquisición de las metas individuales
y colectivas en forma congruente con la justicia y la adquisición y
preservación de las condiciones de equidad fundamental”, lo que refrendó que comportamientos
como el de los fanáticos terroristas no evidenciarían cabalmente un trastorno
psiquiátrico de la persona, pero si evidencian problemas en su salud mental.
Uno de los colegas investigadores hispanos, que más ha
investigado, sobre la salud mental y el fanatismo es Alonso-Fernández F. (4) ,
quien ha concluido que el fanatismo es un
estado mental caracterizado por la adhesión tenaz y prolongada a ciertas
creencias, donde sus ideas son absolutas, infalibles, eternas, ajenas a
argumentos racionales, abominables del pensamiento lógico-racional, con intolerancia
sistemática a los juicios y comportamientos discrepantes, vivenciados en su
mundo fantaseado, mágico- religioso, con sus conductas marcadas por la
afectividad en sus emociones irracionales, que en el fanático combativo sus
ideales sobrevalorados son elevados a la categoría de dogma absoluto, con una
gran carga afectiva que le hace deformar las experiencias y situaciones, lo que
en psiquiatría se define como catatimia, generando Individuos de ánimo exaltado
y preocupación enceguecedora hacía una determinada doctrina, que motiva un
exceso de creencia en ella, con exclusión de cualquier otra y que causan acciones
frenéticas en su defensa, donde su propia muerte los enaltece y les sirve de
redención ante sus ídolos o su visión de la humanidad. Poseen, fragilidad del
yo, tienen un “yo” muy débil, con un “súper yo”, muy rígido e inflexible en lo
tocante a velar por los ideales del yo, aunque se desentiende de las
inhibiciones morales, de los intereses altruistas y de las reacciones de
culpabilidad.
En relación a la estructura de personalidad, han sido descritas
magistralmente, sus características, por A. Villarejo, Médico Forense del
Instituto de Medicina Legal de Cádiz, en un ensayo publicado en Cuadernos de
Medicina Forense, de España, publicado en la red http://scielo.isciii.es/scielo.php, donde concluye que es posible
encontrar la mayoría de los siguientes rasgos en un importante número de
personas fanáticas: 1. Autoimagen: combativa, donde la mayoría de los sujetos
fanáticos se muestran egosintónicos y se ven a sí mismos como personas
asertivas, arrogantes, altaneras, enérgicas y autoconfiadas, pero sinceros,
fuertes y realistas y prefieren dar una imagen de dureza, falta de
sentimientos, belicosa dominante y orientada al poder; 2. Estilo cognitivo:
dogmático y dicotómico, con su rigidez y obstinación hacen que estos sujetos
tiendan a mantener de forma pertinaz sus prejuicios y son incapaces de cambiar
de opinión, mostrándose intransigentes con puntos de vista disidentes; 3. Su
comportamiento observable es suspicaz/explosivo, donde Se comportan como los
paranoides, con suspicacia extrema, con desconfianza hacia las intenciones de
los demás que le hacen presentar actitudes defensivas y hostiles frente al
mundo; 4. Tienen pobreza afectiva, son irascibles y con alta impulsividad, por
lo que tienen predisposición a reaccionar con explosiones emocionales súbitas y
bruscas de naturaleza inesperada e injustificada; 5. Su comportamiento
interpersonal es extrapunitivo/sumiso, son despectivos y despreciativos,
obtienen, al igual que los sádicos, satisfacción de la humillación, coacción e
intimidación de los otros. Con ausencia de empatía para sensibilizarse con el
sufrimiento ajeno y desprecio a la naturaleza humana no sienten, como los antisociales,
remordimientos cuando generan daño en los otros, a quienes suelen ver como enemigos;
6. Prevalecen los mecanismos de defensa: racionalización /sublimación, racionalizan
sus conductas intransigentes e impositivas en forma de indignación moral,
asegurando que actúan “por el bien del otro o por el bien común” y justifican
sus comportamientos combativos como reacción a un ataque de los otros. Subliman
sus comportamientos agresivos y coactivos y sus creencias como imprescindibles
para conseguir un fin social, religioso o político que servirá de redención de
los demás o de la humanidad; 7. Sus representaciones objétales son
perniciosas, donde la
representación del mundo, que se hace el
fanático, es un lugar hostil que le ha producido multitud de frustraciones
personales, originando un déficit de autoestima y de las que responsabiliza a
los otros; y finalmente, 8. Las personas fanáticas tienen un Estado de
ánimo/temperamento, irascibles, fácilmente irritables al ser contrariados sus
postulados, no siendo infrecuente la hostilidad hacia los que no piensan como
ellas. No comparten verdaderos sentimientos con los demás, tan sólo empatizan
con sus correligionarios en los dogmas y creencias que les unen.
Los fanatismos son uno de los más
grandes obstáculos no sólo para la salud mental, sino del desarrollo humano y
social de nuestras sociedades, por su contribución a la intolerancia y la
violencia destructiva de la convivencia
pacífica en todo el mundo.
Bibliografía
1. American
Psychitric Association. Guía de Consulta de los Criterios Diagnósticos del
DSM-5. Editorial Médica Panamericana. España
2. Adorno,T.W.(1950). La Personalidad
Autoritaria. Buenos Ai-res, Editorial Proyección, 1965.
4. Fromm,E.(1941): El miedo a la
libertad. Barcelona: Paidós, 2000.
5. Alonso-Fernández. Fanáticos
terroristas. Barcelona: Ed. Salvat Contemporánea 2002