Nunca estaré de acuerdo con los politólogos ni líderes políticos,
que asumen como verdad, que en las militancias de los partidos y en la lucha
por el poder, entre ellos, para lograr sus objetivos, deben de estar inmersas
las conductas deshonestas. Son los perversos en la política, que se justifican
en el valor subjetivo de la honestidad, en la medida en que depende del
contexto y de los actores involucrados, donde sus mentiras y las traiciones,
son necesarias para triunfar; menos aceptare que esas conductas sean necesarias
para ejercer el poder, en el máximo imperativo de servir al pueblo.
En MORENA, desde que lo fundamos, primero como movimiento asociación
civil, luego como partido político nacional, propusimos y aceptamos la honestidad,
como máxima virtud ética y moral, que debe estar presente en nuestras conductas
políticas dentro y fuera del partido, hoy que logramos la victoria electoral,
en la presidencia con AMLO y en el Congreso de la Unión, lo hemos ratificado
como nuestro máximo valor, que guiara nuestras conductas, en el marco del
programa político que nos llevara a la cuarta transformación de nuestra patria.
Más allá de lo que el diccionario de la Real Academia
Española (RAE), define de la honestidad, “como origen del término latino
honestitas, es la cualidad de honesto. Por lo tanto, la palabra hace referencia
a aquel que es decente, decoroso, recatado, pudoroso, razonable, justo, probo,
recto u honrado”, la honestidad es un valor moral fundamental para desarrollar
relaciones interpersonales basadas en la confianza, la sinceridad y el respeto
mutuo. Desde un punto de vista filosófico, la honestidad es una cualidad humana
que consiste en actuar de acuerdo como se piensa y se siente, con integridad, con
la cual procede en todo en lo que actúa, respetando por sobre todas las cosas,
las normas que se consideran como correctas y adecuadas, no sólo de la sociedad,
sino de aquellas que prevalecen en el seno de las organizaciones a que
pertenece. La honestidad
es una de las máximas virtudes, referidas para el ser político, más para el
ejercicio del poder, desde el helenismo filosófico con Sócrates, Platón y
Aristóteles, y más
tarde, filósofos como Immanuel Kant, que tratarían de componer una serie de
principios éticos generales que incluyeran entre ellos a la conducta honesta;
hasta el pasado milenario de los grandes filósofos chinos como Confucio, que así
la enaltecían, en sus reflexiones éticas sobre el buen ciudadano y sus
gobernantes.
Una persona que actúa con honestidad lo hace siempre apoyada
en valores como la verdad, la justicia, la integridad moral, no antepone a
estos, sus propias necesidades o intereses. En este sentido, es una persona
apegada a un código de conducta caracterizado por la rectitud, la probidad y la
honradez, permea todos los aspectos de su vida, se manifiesta socialmente, pero
también en el entorno íntimo del individuo y en su vida interior. En una
persona honesta, incluso los actos más pequeños están regidos por la
honestidad, cumple con sus obligaciones, aun cuando nadie nos vaya a gratificar
por ello, vigila sus palabras en la medida en que estas puedan herir o afectar
a terceros, guarda discreción ante aquello que lo amerite, es prudente en el
manejo de los asuntos, asume la responsabilidad de sus errores, rectifica y
corrige cuando sea necesario, es leal y transparente en sus relaciones con los
otros, se mantiene apegado a los principios del buen obrar, en todos los actos,
que constituyen su interacción con los demás: en el trabajo, en su comunidad,
en sus estudios, ante el Estado; asimismo lo hará en su vida más íntima, en sus
relaciones afectivas, de amistad y familiares; e igualmente en su vida
interior. Un individuo honesto, en definitiva, es ante nada honesto consigo y,
por lo tanto, no traiciona ni se traicionará a sí mismo.
En política, la honestidad existe cuando las personas son
sinceras, congruentes, integras, cultivan y dicen la verdad, no mienten,
pretendiendo simular, engañar; honran su palabra, se guían por la justicia, son
razonables, actúan conforme a sus convicciones, desdeñan el pragmatismo ramplón,
utilitario, se comportan de acuerdo con sus ideologías, creencias, pensamientos
y sentimientos, ejerciendo plenamente su libertad, sin ningún tipo de coacción
o cooptación, jamás subordinan la obtención de beneficios económicos o
materiales, menos el lograr el poder por el poder en la política, desbordando
sus inescrupulosas ambiciones por los cargos, aniquilando la mística de
servicio inherente al ser político.
Lo contrario de la honestidad sería la deshonestidad, que se
le asocia con la hipocresía, la corrupción, el delito y la falta de ética, que
hoy prevalece en los políticos y nos tiene a los mexicanos y mexicanos inmersos
en un Estado, donde las redes delincuenciales del poder y la violencia social
prevalecen precarizando el bienestar y la felicidad, obstaculizando que
logremos las más altos niveles de desarrollo humano y social que nos merecemos.
En MORENA no debemos de existir dos de tipos de militancia,
los que pretendemos que impere la honestidad como virtud ética, moral y los que
la desdeñan, que la mandan al carajo, como algunos dirigentes estatales y
nacionales me lo espetaron, en sus imposiciones en las pasadas elecciones, más aun
en quienes en sus voraces ambiciones, actualmente, siguen insistiendo lograr el
poder por el poder, vivir de la política, ser beneficiario de los cargos, de
los puestos, no para enaltecerla, sino para seguir medrando con sus miserias políticas
y existenciales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario