viernes, 24 de mayo de 2019

CULTIVAR LOS AFECTOS.

En el curso del desarrollo psicosocial estamos inmersos en lograr los satisfactores afectivos, como el amor y el cariño, que como nutrientes fortalecen nuestro proceso de identidad para lograrla mismidad, esa condición se ser uno mismo, ese núcleo, que es el sello más íntimo, más profundo de la identidad, que nos define como persona única e irrepetible y que si bien es cierto, comparte con otros distintas características, su mismidad no es igual a la de nadie más.

Estos satisfactores afectivos, se producen en las interacciones humanas con las figuras más significativas de nuestra vida, así primero tratamos de lograrlo con nuestra madre, padre, hermanos, luego con los parientes, vecinos, amigos de la familia, los maestros de la escuela y personajes trascendentes del barrio, y la comunidad, médicos, sacerdotes o ministros de culto, deportistas, artistas, etc., en todos los ambientes donde transcurre nuestra infancia hasta los 18 años. Posteriormente, en el curso de nuestras vidas, es innegable que las carencias afectivas que vivenciamos, son referentes que nos determinan los procesos de integración en las calidades existenciales, no sólo en las interacciones con las figuras significativas circunstanciales en nuestros ambientes académicos, laborales y sociales sino en la vida interna de los grupos y redes sociales a los que nos integramos.

Este conjunto de sentimientos y emociones de nuestra persona integran nuestros valores afectivos, que enmarcaran nuestros comportamientos, con sus manifestaciones en los contextos interactivos, que dependerán de la respuesta que el otro o los otros manifiesten, haciendo sentir el afecto. Así la afectividad siempre se producirá en un marco interactivo, porque quien siente afecto por alguien es porque también, de parte del otro, recibe el mismo afecto, es siempre la respuesta a un estímulo que también trae afecto, raramente podamos sentir o manifestar afecto, por aquel que no nos quiere o que se hace el indiferente ante nosotros. Las manifestaciones de afecto, sentimientos o emociones permiten al ser humano conseguir agrado y placer, satisfaciendo de este modo sus necesidades afectivas.
Desde el punto de vista psíquico, la afectividad es una pasión que siente nuestro ánimo y que está especialmente asociada al cariño y amor, pero sin connotaciones de tipo sexual, es decir, no solamente tiene una intensidad moderada sino que el destinatario no es la persona con la cual mantenemos una relación amorosa, para él están destinados mayormente la pasión y el amor. Así el estado de nuestra afectividad no solo es uno de los determinantes de nuestra identidad personal y la calidad de nuestras interacciones sociales, sino del estado de nuestra salud mental y nuestras conductas sexuales.

Hoy que vivimos en un mundo globalizado, donde prevalecen los modelos neoliberales deshumanizantes y mercantilistas en nuestras relaciones humanas, imponiéndose en nuestras culturas, tenemos que la afectividad no solo se ha precarizado, disminuyendo los valores afectivos de las personas en sus conductas, incrementándose los trastornos psiquiátricos de la afectividad, colocando a la depresión como una de las principales enfermedades que agobian y causan discapacidad, sin contar los daños que se generan, cuando las carencias afectivas se integran como factores de riesgo inmersos en los problemas de la violencia, los abusos sexuales y las enfermizas vinculaciones con las sectas que conmocionan con sus tragedias en nuestras sociedades.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario