Soy uno de los miles de indignados, que en el mundo exigimos que cuando menos cese la voracidad del capitalismo deshumanizante que persisten en los gobernantes en seguir solapando con sus modelos políticos y económicos depredadores que incrementan la desigualdad, con sus lacras de pobreza e injusticia que dañan gravemente la equidad y la sustentatibilidad que están vinculados y son fundamentales en el desarrollo humano.
Digo cuando menos, porque lo deseable es realizar una profunda transformación revolucionaria que provoque el anhelado desarrollo de toda la humanidad integrándola al círculo virtuoso de prosperidad y felicidad sin las grandes e ignominiosas brechas que separan los niveles de desarrollo humano y social entre las naciones con altos y bajos niveles de desarrollo. Imagino un mundo con sus múltiples culturas viviendo democráticamente, con libertad absoluta , con respeto a la pluralidad ideológica política, religiosa, sin violencia colectiva, donde las delincuencias no gobiernen, donde sus funcionarios sean honestos, incorruptibles, donde el trabajo en cualquiera de sus formas sea el instrumento generador de todos los satisfactores, no sólo los económicos, sino existenciales, donde la vida sea fuente plena de satisfactores, generadora de mas placeres que displaceres, amortiguadora de los inherentes tragedias del ser humano, un mundo donde las relaciones humanas sean dominadas por los sentimientos fraternales y solidarios obstaculizando la envidia, la ambición desmedida, la voracidad, la explotación infernal del otro, donde se acabe con el “ser usado” y sea remplazado por el ser mejor integrado, donde persista la congruencia y la integridad como pilares del amor hacia la humanidad, donde patria, como decía José Martí sea referente de nuestra humanidad y nuestro nacionalismo sólo sea lo que debe ser: referente de nuestra identidad cultural, de nuestro origen territorial, de nuestra historia.
El neoliberalismo de los voraces capitalistas ha enriquecido a unos cuantos y ha empobrecido a millones, sus personeros se han declarado en contra de las políticas del bienestar de los estados que tratan de brindar mejoras en la salud, la educación, vivienda y empleos bien remunerados, con prestaciones dignas a los trabajadores que incluyan un entorno laboral saludable, que incluya los buenos servicios de atención preventiva y curativa , jubilación y pensiones con ingresos que permitan una vida decorosa que logre el acceso a los mínimos de bienestar y prosperidad en nuestras sociedades.
No me sorprende, sino me indigna más, que de acuerdo a Magdy Martínez Solimán, representante del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en sólo un año, México perdió 23 por ciento en su nivel de desarrollo humano, al retroceder 15 lugares en la distribución de la riqueza y que la desigualdad sigue siendo una constante, un gran reto y una gran cicatriz para México y América Latina y el Caribe. La región es una de las más desiguales del planeta y México no es la excepción a esa regla. La región pierde hasta 26 por ciento en su desarrollo debido a las diferencias en educación, salud e ingreso, y para México la cifra es de 23 por ciento”, al presentar el Informe Mundial de Desarrollo Humano 2011 a investigadores, representantes de organizaciones civiles y medios de comunicación.
Aunque luego Martínez Solimán aclaró que en el índice de desarrollo humano que mide salud, educación e ingreso, México no avanzó, pero tampoco retrocedió respecto del año pasado, ya que mantuvo el lugar 57 entre 187 países analizados y “con ello se ubica entre los países de alto nivel de desarrollo”. Sin embargo, acotó que si al IDH se agrega un cuarto elemento, “si se facturan sus niveles de desigualdad entre la gente muy rica y la muy pobre, México queda peor de lo que estaba, porque pasa del puesto 57 al 72. Esto claro, ese marco de su rol acotado, por las diplomacias de los organismos internacionales que les impide ser más claros y contundentes en los países que residen.
El índice de desarrollo humano que utiliza el PNUD sigue siendo un instrumento limitado para valorar el real desarrollo humano de las sociedades en el mundo, no integran otros indicadores vitales para evaluar este estado, como el grado de violencia que prevalece en sus diferentes manifestaciones como la interpersonal y sus formas mas prevalecientes como la violencia intrafamiliar, infantil, laboral; o la violencia autoinfligida con los lamentables suicidios, o la grave violencia colectiva con sus lacras de las bandas delincuenciales asesinas, los grupos terroristas y los graves actos de genocidio. Según los expertos de la ONU no hay un impacto medido, aunque es evidente que el impacto existe. Recuerdo que haya por el año 2001, en uno de los viajes que logre hacer por Europa, me sorprendía la información que los principales diarios españoles difundían sobre un acuerdo que los países integrantes de de la Organización Mundial del Comercio (OMC) habían realizado para integrar en la evolución del grado de desarrollo de los países, no sólo el grado de exposición de la sociedad a esta violencia, sino el grado de estresores que prevalecía, proporcionadole un valor agregado a los otros estándares que median educación, salud, ingreso y el acceso de sus habitantes a las emergentes tecnologías de la informática, así como el numero de patentes generadas por cada país, lo cual se acercaba con mas realismo a esta medición del desarrollo humano de las sociedades en el mundo.
En fin tenemos decenios donde se avanzado en cobertura educativa, sobre todo de la educación básica, pero seguimos teniendo una realidad insoslayable la mala educación que genera deficiencia graves en el logro de habilidades básicas para la lectura, la escritura, las operaciones matemáticas elementales y el conocimiento elemental de las ciencias, el arte y las culturas de los educandos. Aun no hemos resuelto el problema del analfabetismo básico y hoy estamos enfrentando el analfabetismo funcional que lamentablemente prevalece en un gran porcentaje de nuestra población, aun en quienes han tenido la formación educativa universitaria con sus grados y títulos correspondientes. Ni que decir de los avances en salud, donde no hemos alcanzado la cobertura universal que evita que los gastos catastróficos de salud lleven a una familia de clase media a la pobreza o una pobre a la pobreza severa, y donde la calidad de los servicios sigue siendo la asignatura pendiente en el sistema nacional de salud, otros rezagos que acumula México son en materia de igualdad de género, ya sea en tasas de mortalidad de género y fertilidad entre adolescentes y su salud reproductiva. Los indicadores económicos que nos ubican como uno de los países con mayor pobreza en Latinoamérica y que consecuentemente incrementan la desigualdad, que al excluirlo en esta evaluación nos siguen colocando como un país en el lugar 57 calificado como un nivel de desarrollo humano catalogado como alto, muy por debajo de Chile (44), Argentina (45) y Barbados (47), los únicos países de la región que tienen un “muy alto nivel de desarrollo humano”, así como de Uruguay (48) y Cuba (51); muy lejos de Noruega que es el país mejor calificado en el IDH, seguido de Australia, Países Bajos, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Canadá, Irlanda, Liechtenstein, Alemania, Suecia y Suiza. La paradoja es que la desigualdad que prevalece en nuestro país coloca a algunos municipios, como el de San Pedro Garza García, con estos simples indicadores en niveles mas altos de este IDH, en tanto otros de lo estados de Guerrero, Oaxaca y Chiapas pueden tener niveles de este desarrollo comparables a países africanos como Guinea, República Centroafricana, Sierra Leona, Burkina Faso y Liberia que ocupan los últimos lugares.
México tiene los recursos económicos, culturales, intelectuales, naturales y patrimoniales capaces de generar un nivel de desarrollo humano y social de sus habitantes capaz de competir con las sociedades que hoy ostentan los mas altos niveles de desarrollo en el mundo, mas allá de indicadores básicos como los que se utilizan por el PNUD, donde el bienestar y la prosperidad armonicen con ese sentimiento de felicidad que hoy prevalece subjetivamente como mecanismo de defensa ante la realidad critica que enfrentamos por el estado delincuencial que padecemos con sus lacras de corrupción, violencia e impunidad que los gobernantes se resisten a liquidar para transitar a la anhelada transformación revolucionaria de nuestra patria que requerimos.
No basta indignarnos, hay que exigir y luchar por los cambios.
Digo cuando menos, porque lo deseable es realizar una profunda transformación revolucionaria que provoque el anhelado desarrollo de toda la humanidad integrándola al círculo virtuoso de prosperidad y felicidad sin las grandes e ignominiosas brechas que separan los niveles de desarrollo humano y social entre las naciones con altos y bajos niveles de desarrollo. Imagino un mundo con sus múltiples culturas viviendo democráticamente, con libertad absoluta , con respeto a la pluralidad ideológica política, religiosa, sin violencia colectiva, donde las delincuencias no gobiernen, donde sus funcionarios sean honestos, incorruptibles, donde el trabajo en cualquiera de sus formas sea el instrumento generador de todos los satisfactores, no sólo los económicos, sino existenciales, donde la vida sea fuente plena de satisfactores, generadora de mas placeres que displaceres, amortiguadora de los inherentes tragedias del ser humano, un mundo donde las relaciones humanas sean dominadas por los sentimientos fraternales y solidarios obstaculizando la envidia, la ambición desmedida, la voracidad, la explotación infernal del otro, donde se acabe con el “ser usado” y sea remplazado por el ser mejor integrado, donde persista la congruencia y la integridad como pilares del amor hacia la humanidad, donde patria, como decía José Martí sea referente de nuestra humanidad y nuestro nacionalismo sólo sea lo que debe ser: referente de nuestra identidad cultural, de nuestro origen territorial, de nuestra historia.
El neoliberalismo de los voraces capitalistas ha enriquecido a unos cuantos y ha empobrecido a millones, sus personeros se han declarado en contra de las políticas del bienestar de los estados que tratan de brindar mejoras en la salud, la educación, vivienda y empleos bien remunerados, con prestaciones dignas a los trabajadores que incluyan un entorno laboral saludable, que incluya los buenos servicios de atención preventiva y curativa , jubilación y pensiones con ingresos que permitan una vida decorosa que logre el acceso a los mínimos de bienestar y prosperidad en nuestras sociedades.
No me sorprende, sino me indigna más, que de acuerdo a Magdy Martínez Solimán, representante del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en sólo un año, México perdió 23 por ciento en su nivel de desarrollo humano, al retroceder 15 lugares en la distribución de la riqueza y que la desigualdad sigue siendo una constante, un gran reto y una gran cicatriz para México y América Latina y el Caribe. La región es una de las más desiguales del planeta y México no es la excepción a esa regla. La región pierde hasta 26 por ciento en su desarrollo debido a las diferencias en educación, salud e ingreso, y para México la cifra es de 23 por ciento”, al presentar el Informe Mundial de Desarrollo Humano 2011 a investigadores, representantes de organizaciones civiles y medios de comunicación.
Aunque luego Martínez Solimán aclaró que en el índice de desarrollo humano que mide salud, educación e ingreso, México no avanzó, pero tampoco retrocedió respecto del año pasado, ya que mantuvo el lugar 57 entre 187 países analizados y “con ello se ubica entre los países de alto nivel de desarrollo”. Sin embargo, acotó que si al IDH se agrega un cuarto elemento, “si se facturan sus niveles de desigualdad entre la gente muy rica y la muy pobre, México queda peor de lo que estaba, porque pasa del puesto 57 al 72. Esto claro, ese marco de su rol acotado, por las diplomacias de los organismos internacionales que les impide ser más claros y contundentes en los países que residen.
El índice de desarrollo humano que utiliza el PNUD sigue siendo un instrumento limitado para valorar el real desarrollo humano de las sociedades en el mundo, no integran otros indicadores vitales para evaluar este estado, como el grado de violencia que prevalece en sus diferentes manifestaciones como la interpersonal y sus formas mas prevalecientes como la violencia intrafamiliar, infantil, laboral; o la violencia autoinfligida con los lamentables suicidios, o la grave violencia colectiva con sus lacras de las bandas delincuenciales asesinas, los grupos terroristas y los graves actos de genocidio. Según los expertos de la ONU no hay un impacto medido, aunque es evidente que el impacto existe. Recuerdo que haya por el año 2001, en uno de los viajes que logre hacer por Europa, me sorprendía la información que los principales diarios españoles difundían sobre un acuerdo que los países integrantes de de la Organización Mundial del Comercio (OMC) habían realizado para integrar en la evolución del grado de desarrollo de los países, no sólo el grado de exposición de la sociedad a esta violencia, sino el grado de estresores que prevalecía, proporcionadole un valor agregado a los otros estándares que median educación, salud, ingreso y el acceso de sus habitantes a las emergentes tecnologías de la informática, así como el numero de patentes generadas por cada país, lo cual se acercaba con mas realismo a esta medición del desarrollo humano de las sociedades en el mundo.
En fin tenemos decenios donde se avanzado en cobertura educativa, sobre todo de la educación básica, pero seguimos teniendo una realidad insoslayable la mala educación que genera deficiencia graves en el logro de habilidades básicas para la lectura, la escritura, las operaciones matemáticas elementales y el conocimiento elemental de las ciencias, el arte y las culturas de los educandos. Aun no hemos resuelto el problema del analfabetismo básico y hoy estamos enfrentando el analfabetismo funcional que lamentablemente prevalece en un gran porcentaje de nuestra población, aun en quienes han tenido la formación educativa universitaria con sus grados y títulos correspondientes. Ni que decir de los avances en salud, donde no hemos alcanzado la cobertura universal que evita que los gastos catastróficos de salud lleven a una familia de clase media a la pobreza o una pobre a la pobreza severa, y donde la calidad de los servicios sigue siendo la asignatura pendiente en el sistema nacional de salud, otros rezagos que acumula México son en materia de igualdad de género, ya sea en tasas de mortalidad de género y fertilidad entre adolescentes y su salud reproductiva. Los indicadores económicos que nos ubican como uno de los países con mayor pobreza en Latinoamérica y que consecuentemente incrementan la desigualdad, que al excluirlo en esta evaluación nos siguen colocando como un país en el lugar 57 calificado como un nivel de desarrollo humano catalogado como alto, muy por debajo de Chile (44), Argentina (45) y Barbados (47), los únicos países de la región que tienen un “muy alto nivel de desarrollo humano”, así como de Uruguay (48) y Cuba (51); muy lejos de Noruega que es el país mejor calificado en el IDH, seguido de Australia, Países Bajos, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Canadá, Irlanda, Liechtenstein, Alemania, Suecia y Suiza. La paradoja es que la desigualdad que prevalece en nuestro país coloca a algunos municipios, como el de San Pedro Garza García, con estos simples indicadores en niveles mas altos de este IDH, en tanto otros de lo estados de Guerrero, Oaxaca y Chiapas pueden tener niveles de este desarrollo comparables a países africanos como Guinea, República Centroafricana, Sierra Leona, Burkina Faso y Liberia que ocupan los últimos lugares.
México tiene los recursos económicos, culturales, intelectuales, naturales y patrimoniales capaces de generar un nivel de desarrollo humano y social de sus habitantes capaz de competir con las sociedades que hoy ostentan los mas altos niveles de desarrollo en el mundo, mas allá de indicadores básicos como los que se utilizan por el PNUD, donde el bienestar y la prosperidad armonicen con ese sentimiento de felicidad que hoy prevalece subjetivamente como mecanismo de defensa ante la realidad critica que enfrentamos por el estado delincuencial que padecemos con sus lacras de corrupción, violencia e impunidad que los gobernantes se resisten a liquidar para transitar a la anhelada transformación revolucionaria de nuestra patria que requerimos.
No basta indignarnos, hay que exigir y luchar por los cambios.
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