La semana pasado reflexionaba sobre la degradación social que estamos viviendo por la privación de las dignidades y los valores honorables que destruyen los sentimientos fraternales y solidarios en las redes sociales que conforman nuestras comunidades. Esto ha sido posible porque las últimas décadas hemos estado sumergidos con gobernantes incompetentes y desorganizados, alejados del conocimiento de las ciencias sociales, que han provocado la incapacidad del estado para controlar los conflictos, la corrupción, el desorden y lograr solución a los problemas económicos y sociales en un marco de libertad, democracia plena y garante del respeto incondicional a los derechos humanos y sociales sin faltar el papel que los ciudadanos gobernados que se hallan alienados, aterrorizados y con poca rebeldía para cambiar el estado de cosas que les obstaculiza su desarrollo humano.
Tal pareciera que estamos en la descripción que Pierre J. Proudhon, pensador socialista y anarquista, que hallaba en la sociedad francesa de la segunda mitad del siglo XIX, un estado de desintegración social, refiriendo: “Todas las tradiciones se han desgastado, todas las creencias han sido abolidas. Por otro lado, el nuevo programa no se ha hecho realidad: quiero decir, no ha entrado en la conciencia de las masas. Esto es lo que yo llamo disolución. Es el más atroz período en la existencia de las sociedades”. Entre la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del siglo XX, el discurso de degeneración social pasó a dominar las representaciones de la cultura y las sociedades occidentales, prevalecían entre los pensadores la idea de que las sociedades estaban perdiendo su cohesión, su fortaleza y que las antiguas virtudes se desintegraban en su seno. Recordemos las tesis de Emile Durkheim, en las postrimerías del siglo diecinueve, con la industrialización y la urbanización acelerada, este sociólogo fue pionero en abordar la problemática de la necesidad de transformación de las bases en las que se asentaban las posibilidades de integración, sostuvo que la sociedad moderna mantiene la cohesión o la unión debido a la solidaridad, “Se trata de observar las formas y la fuerza de la solidaridad imperante, que no es otra cosa que la “moral”. La sociología fundante iniciaba el abordaje del el problema del empobrecimiento de los vínculos sociales: si la anomia, el egoísmo y la competencia disuelven las viejas solidaridades sin crear otras nuevas, la atomización del cuerpo social sería tal que no habría sociedad sino caos, el fue quien acuño ese termino, anomia como una carencia de solidaridad social.
Hasta Samuel Huntington, politólogo conservador, derechista estadounidense, en 1969 se ocupó del problema de la desintegración de los sistemas políticos tradicionales. Sostuvo que la decadencia política era consecuencia del fracaso de las instituciones políticas de una sociedad en atender las demandas de grandes cantidades de personas. Estas personas se hallaban movilizadas por los efectos de una serie de procesos derivados de la modernización (tales como la urbanización, educación formal, y la exposición a los medios masivos de comunicación). Huntington identificó la corrupción pública como una de las consecuencias de una ineficaz institucionalización política.
El hecho es que de acuerdo con la perspectiva sociológica el tiempo en que vivimos está caracterizado por dos poderosos procesos: un proceso de desintegración y otro de integración. Lamentablemente los científicos de las ciencias sociales han estado ausentes, mas en México, en lograr la precisión de los elementos centrales que una teoría sociológica de la integración social debería considerar para comprender los procesos de integración en las sociedades contemporáneas. En este sentido, sería deseable su contribución en el estudio actual de los ejes de la sociabilidad, sus diversidades, sus vínculos, el rol del trabajo en la actualidad, la distribución del poder, la función de la coacción social, el desarrollo moral en la cultura y desde luego, el papel de las religiones, cuya declinación de su influencia, no sólo en la sociedad sino en sus propios seguidores, tiene que ver con la pérdida de valores morales, como una directriz para la vida humana, en tanto el intento de revivir la religión, en otras sociedades ha dado lugar a un fanatismo que contribuye a profundizar aun más la desintegración social.
En fin los problemas trascendentales que vivimos con la crisis moral profunda que se manifiesta en todos los ámbitos de la sociedad, donde la corrupción y el fraude generan desconfianza en las instituciones públicas y privadas y se recurre a la violencia y el terrorismo para imponer agendas políticas; donde el materialismo induce a una sed insaciable de riquezas y placeres terrenales que desplaza los valores de amor, bondad, y generosidad, a la vez que lleva a la destrucción del medio ambiente, que es el sostén de la vida misma; donde una actitud irresponsable hacia el matrimonio deja a millares de hogares desintegrados y a millones de hijos sin padres; donde hay números crecientes de personas que buscan escapar de la realidad mediante el uso del alcohol y las drogas. Sumemos la incompetencia de los Gobiernos con resultados mínimos, generando que la brecha económica divida cada vez más a la población en ricos y pobres, la persistencia de discriminaciones étnicas, conductas genocida, el incremento extraordinario del crimen y la violencia organizada, política, la gente vive con inseguridad, la explotación indiscriminada de los recursos naturales y la pobreza lacerante que se incrementa día a día. Se rquiere una mayor participación de las ciencias sociales que puedan encontrar respuestas para estos temas correlacionados con la justicia social, desigualdad, pobreza, prevención de la violencia y democracia y así contribuir a la definición de estrategias de los gobiernos con base en análisis e investigaciones realizados por científicos para exigir a los gobernantes basar sus políticas públicas en evidencias científicas, cuyas directrices son fundamentales para el desarrollo social y humano de sus sociedades
En el inicio de la segunda década, del presente siglo, nos encontramos con que el relativo agotamiento de los vínculos que aseguraron la integración social en la transición a la modernidad que la sociología contemporánea enfatizó por lo menos desde la década de los noventa del siglo pasado, es un problema que no ha sido resuelto en términos teóricos, y mucho menos empíricos. Lo que define a una sociedad integrada, es desde las tesis de Durkheim, un conjunto de individuos y grupos que se vinculan por relaciones de (inter)dependencia, sobre la base de la “utilidad social”, que les está dada por la función que desempeñan en la división del trabajo social. La autonomía y la libertad individual sólo pueden desarrollarse en la pertenencia a grupos sociales. Es a través de la participación como miembro del grupo que el individuo puede desarrollar positivamente su personalidad individual, fortaleciendo así la función de la solidaridad social para la integración social. Los nuevos modelos de integración social, no deben provenir de paradigmas que tuvieron su momento histórico, ya no corresponden a la realidad, tampoco de la visión post-moderna que individualiza y subjetivaza los fenómenos sociales, hasta vaciarlos de su contenido y significado genérico, histórico, social y cultural. Los profesionales y científicos de la ciencias sociales tienen mucho con que contribuir en las políticas públicas para afrontar la desintegración social que estamos viviendo.
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