En estos tiempos de reflexión, de semana santa, en las últimas
semanas, seguimos observando las conductas poco saludables, de los políticos empoderados
en todos los niveles de gobiernos, desde el presidente, hasta los gobernadores de los estados y alcaldes, con
sus funcionarios de primer nivel, así
como los integrantes del poder legislativo, diputados, senadores, o del poder
judicial como los procuradores de justicia y jueces, sin faltar los presidentes
de los partidos en el poder PRI-PAN-PRD. Persisten sus conductas en mentir,
engañar, simular y prometer; inmersos en la soberbia, el autoritarismo y la altanería,
con cinismos y sin escrúpulos, ausentándose la moral del imperativo ético de sus conductas, son
ejemplares en vivir con impunidad sus continuas transgresiones morales y
legales, estas últimas en el falaz estado de derecho que vivimos, que con toda las leyes existentes, siguen siendo vulnerables para estos especímenes
de nuestra sociedad.
La mayoría de ellos, no dudo que se integran a las estadísticas
sobre la prevalencia de los trastornos mentales, sí, a ese más de 30% de personas que se estima,
cursando con alguno de los trastornos, que señalaba en el artículo anterior de
este blog. No deja de ser uno de los pendientes, para los investigadores de las
ciencias de la conducta, este rubro, sobre la salud mental de los políticos, que
existe, desde el siglo pasado. La mayoría
de los casos trascendidos, de los políticos afectados, sólo emergen cuando
algunos de sus problemas se expresan, como en el abuso del alcohol, drogas, las depresiones, ansiedades,
trastornos del sueño y en el extremo los delirios de grandeza, que en estados psicóticos,
han generados los grandes dictadores de los regímenes fascistas, que hemos padecido,
con sus actos genocidas criminales.
Cuando me han preguntado, como médico psiquiatra, sobre mi opinión
sobre la salud mental de tal o cual político, evito usar mi conocimiento y experiencia
profesional, por ética profesional y porque uno de los grandes abusos de la psiquiatría
ha sido su uso político, contra los adversarios, que han llegado a
estigmatizarlos como enfermos mentales, recluyéndolos en internados, privándolos
en su libertad y en el extremo ejecutándolos en los campos de exterminio de
esas dictaduras. Con mayor razón lo he hecho, en tanto mi vida profesional ha
sido paralela a mi vida política, como opositor a los políticos gobernantes del
régimen de oprobio que padecemos los mexicanos, donde sólo he ejercido la psiquiatría,
cuando alguno de estos personajes, me lo ha solicitado para sí o para sus familiares
y sólo con intervenciones breves, canalizándolos luego con algún colega. A
pesar de estos límites, observo, que son personalidades cuyos rasgos de conducta
no llegan a prefigurar un perfil único, de las clasificaciones internacionales existentes,
sobre los trastornos de salud mental, (ICD-10 de la OMS o el DSM-V de la APA) sobre todo en relación a los trastornos
de la personalidad. La palabra personalidad describe las pautas
profundamente arraigadas de comportamiento y la manera en que los individuos
perciben, representan y piensan sobre sí mismos y su mundo.
Veamos, siguiendo los criterios definidos en el DMS-V: “El trastorno narcisista de la personalidad está relacionado con desórdenes dramáticos, emocionales o erráticos. La persona muestra un patrón general de grandiosidad (imaginación o comportamiento), y una necesidad de admiración con falta de empatía. La presencia de cinco (o más) de los siguientes ítems, es concluyente para su diagnostico: Tiene un gran sentido de su propia importancia, exagerando los logros obtenidos sin ser proporcionados a la realidad. Se imagina fantasías de éxito, poder, brillantez y amor, con la creencia de que es “especial” por lo que sólo podría relacionarse con otras personas o instituciones de status superior. Exige una admiración excesiva. Sus expectativas son irrazonables y requiere recibir un trato de favor especial o de que éstas se cumplan automáticamente. Saca provecho de los demás para alcanzar sus propias metas. Carece de empatía: es reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás y presenta actitudes soberbias. Frecuentemente envidia a los demás o cree que los demás le envidian a él.
Por otra parte, siguiendo el DSM-V, está el trastorno paranoide de la personalidad, que es una tendencia injustificada a interpretar las acciones de otras personas como deliberadamente amenazantes o degradantes. El trastorno, se manifiesta por un sentido omnipresente de desconfianza y recelos injustificados propios de malas interpretaciones o percepciones equivocadas de las intenciones de los demás dándolas casi siempre como maliciosas. Tienen dudas injustificadas sobre la “lealtad” de sus amigos o la fidelidad de su pareja y les cuesta aceptar que se equivocan. Su problema les lleva, incluso, a mostrar reticencia a confiar en los demás por temor injustificado a que la información que compartan vaya a ser utilizada en su contra, lo que le dispondrá a reaccionar con ira o a contraatacar. Suelen aparentar frialdad, pero en realidad sólo es un intento de evitar que los demás conozcan sus puntos débiles y puedan aprovecharse de ello; son muy rencorosos, y nunca olvidan un insulto o una crítica pudiendo albergar resentimientos sin fundamento durante un largo período de tiempo.
Finalmente los sociópatas son personas con un cuadro de personalidad antisocial que les hace despreciar y esquivar las normas preestablecidas. El trastorno se caracteriza por el fracaso en la adaptación a las normas sociales, lo que origina actos repetitivos que pueden llegar a ser motivo de castigo policial o que demuestran desprecio por la propia seguridad y la de los demás. Ello puede derivar en incapacidad para mantener un trabajo o planificar el futuro, así como originar impulsividad, irritabilidad, agresividad, estafa, mentira, irresponsabilidad, falta de remordimientos, egocentrismo e indiferencia o justificación de causar daño o de realizar actos deshonesto.
Como vemos sigue siendo urgente, promover y fomentar la salud mental de los políticos, donde la corrupción
imperante, que prevalece, es como un lastre, no sólo derivado del
problema de valores, del imperativo ético en la conducta política, sino
de la salud mental del político en el poder.
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